Trago saliva.
—Pen, Pen, Pen… —suelta con decepción y después le da una calada a su cigarro—. Alessandro te mueve un poco la cola y allá vas, abriéndole las piernas. —Inclina un poco su cabeza a su derecha—. ¿Acaso eres una masoquista? ¿Se te olvida la gran humillación que te hizo en tu propia fiesta?
—Es que… —Trato de decir.
Mariana entra en la casa y yo la sigo con miedo. Cuando cierro la puerta, ella voltea a verme.
—¿Qué es lo que te pasa, Penélope?
Alzo mis hombros y mi respiración se agita.
—Por favor, ¿cómo se te ocurre acostarte con el peor prospecto que puedes tener? —sigue diciendo—. ¿Se te olvida todo lo que te ha hecho? Te humilló y nuestro padre tuvo que abogar para que él no impidiera que tu propia empresa entrara en la quiebra. ¿Q