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Capítulo 2: La burla del colegio

No esperaba verlo. Mi mirada se fijó en él, el mundo desapareció: la reunión, mi jefe, todo.

Brandon estaba ahí. Después de huir de él, de no querer verlo, estaba aquí. Y lo supe: la boda de Annie debía ser la razón.

—Adelaida, él es Brandon Clark, el nuevo CEO —anunció mi jefe de forma solemne.

Era el mismo Brandon que, años atrás, me había hecho sentir como si todo en mí fuera un error, una burla, un chiste. Nunca pensé que el sonido de una voz pudiera revolverme el estómago como si tuviera quince años otra vez. Y estaba justo enfrente, en la misma mesa, en el lugar donde más quería estar para tener una oportunidad en mi carrera, pero que ahora era un suplicio. Mi corazón parecía que se iba a salir, mi respiración se agitó. Quería salir corriendo y me quedé en shock.

Él estaba ahí mirándome como si me conociera de toda la vida, como si no hubieran pasado años desde la última vez que lo vi… y desde que destrozó la poca autoestima que me quedaba. Su cabello estaba más corto, su rostro era como recordaba pero más masculino, más maduro. Su cabello claro, esos ojos hermosos, esa cara perfecta. Era ridículo cómo una imagen nos puede impresionar, mi cerebro estaba paralizado. Y, como suele ocurrir cuando la mente no obedece, los recuerdos empezaron a regresar, quisiera o no. Porque aun cuando lo creemos no podemos cambiar nuestros pensamientos.

Retrocedamos unos años antes, porque para que puedan entender mi dolor, mi shock y angustia, es necesario viajar en el tiempo. Justo desde el inicio.

A Brandon lo conocí mucho antes de que aprendiera a odiarlo. Éramos niños, yo era muy pequeña. Mi hermana Fernanda y Annie Clark se habían conocido en un campamento y eran inseparables, y yo, por descarte, terminaba colándome en todas sus citas de juego. Me llevaban a todos lados, y donde estaba Annie estaba su hermano. Mi madre me dejaba allí porque tenía que trabajar, porque estaba ocupada, sola con dos niñas y un negocio, y los Clark tenían de sobra. Mejor aún, estaban felices de tenernos.

Primero, los dulces recuerdos.

Éramos simples niños, el sol caía a plomo sobre la playa y yo corría detrás de él, descalza, con la sal en los labios y la arena pegada a las piernas. Él siempre sabía cómo hacerme reír: saltando olas, inventando historias de tesoros escondidos, jurando que algún día me enseñaría a surfear. Éramos inseparables; mi mundo, a esa edad, giraba en torno a esa amistad. Lo quería, lo adoraba desde que tenía uso de razón. 

Recuerdo que la casa de los Clark era casi un parque de diversiones para nosotras, especialmente porque teníamos tan poco: había piscina, columpios, habitaciones enormes llenas de juguetes y dos padres amorosos. La familia perfecta. Brandon estaba ahí, aunque al inicio no era nuestro amigo. Pero poco a poco se convirtió en mi héroe personal. Siempre me protegía, me enseñaba a armar rompecabezas, jugaba conmigo aunque sus amigos se rieran, e incluso se metía en mis juegos absurdos de doctora con peluches. Yo, la niña más pequeña y regordeta del grupo, me sentía aceptada. Se podría decir que era mi hogar, esa casa ajena, esa familia que no era mía, me hacían sentir bien.

En los veranos íbamos a ese campamento juntos, luego alguna semana a su casa de la playa ¡con la playa ahí mismo para ser disfrutada!. Construíamos castillos de arena, recogíamos conchas, cantábamos frente a la fogata. Los padres de Annie y Brandon eran más cariñosos conmigo que mi propia madre, y eso me hacía quererlos más. Annie era dulce, Brandon era mi amigo, y su primo Billy, el payaso oficial del grupo. Por primera vez, sentía que pertenecía. Mi hermana usualmente no quería jugar conmigo porque me creía una tonta, pero Annie y Brandon eran diferentes.

Yo era pequeña pero sabía que todas las personas no eran así de buenas. Me sentía privilegiada, con suerte. Eran los niños más populares, eran lindos, tenían las mejores ropas y juguetes, eran excelentes en la escuela. Eran maravillosos. Y eran mis amigos.

Pero ya ustedes se imaginarán que los niños crecen… y cambian.

Por un tiempo los Clark se fueron a Europa, sus hijos estudiaron allá, para que tuvieran las mejores posibilidades. No nos habíamos visto por un tiempo, y el regreso coincidió con esa etapa poco atractiva en que los niños pasan a adolescentes. Bueno, no fue atractiva para mí. Yo había cambiado, y mucho. Había notado que mi cuerpo no era el que las revistas llamaban “bonito, deseable y esperable” para una chica de mi edad. No había pasado de “niña gordita” a “chica curvilínea” como en las películas; donde el patito feo se transforma en un cisne. Nada que ver. Había pasado a ser la regordeta de la escuela. 

Pero los Clark… oh, los Clark, en cambio, volvieron convertidos en versiones mejoradas de sí mismos: Annie, elegante y preciosa como una muñeca, alta, delgada, perfecta. Y Brandon… bueno, Brandon era el chico que hacía suspirar hasta a las profesoras. Era lindo de niño, pero la pubertad potenció todo su físico y su personalidad. Era más inteligente, colaborativo y siempre el chico taciturno pero sonriente.

Me di cuenta de que el cariño que yo sentía por Brandon se transformó en un tonto enamoramiento juvenil, mi primer enamoramiento, nada más con él, mi amigo de la infancia. Pensaba en él todo el tiempo, era el único chico que me gustaba y sentía que nadie me iba a gustar tanto como él y que nunca iba a superar este enamoramiento en toda mi vida. Era intenso, como cualquier primer amor y a la vez, era doloroso porque sabía que jamás se fijaría en mí. Sentía que él me entendía, me conocía más que nadie, me comprendía. Él veía cosas en mí que nadie hacía, me apreciaba, yo sabía que sí, pero no como yo quería. Con todo y eso él siempre iba a hablarme, no era como antes, pero, sin embargo, en los pasillos me saludaba, me ayudaba con matemáticas y me sonreía; parecía que se acercaba a mí y luego se alejaba. Supongo que para el resto yo era la tonta hermanita menor de la mejor amiga de su hermana, nada más. ¿Qué más podría ser? Annie también me buscaba y me aconsejaba, incluso más que mi hermana. Me preguntaba por qué no podía ser de ese mundo como él y ellos. No sabía cómo vestirme, no sabía si esconder mi cuerpo o mostrarlo, ni qué hacer. No tenía madera para ser popular, por más que lo deseara e hiciera, yo no era así.

Por supuesto, muchas chicas lo querían para ellas, muchas, mejor dicho, todas. Hablaban de lo atractivo que era, cotilleaban sobre con quién estaría saliendo, quién sería su novia, si había besado a tal o cual chica, si prefería a las rubias o pelirrojas, o incluso con quién se habría acostado ya. Las especulaciones eran muchas y todas me dolían, como a una pobre tonta. Era el chico más popular, el más deseado. Y yo era una nerd que estudiaba, poco considerada, pero que, dentro de todo, pasaba desapercibida.

Aun así, él seguía siendo amable. Me ayudaba con matemáticas, me preguntaba por mis dibujos, me regalaba sonrisas que yo interpretaba como señales de algo que no existía. Enamorada en silencio, claro, con la intensidad ridícula y absoluta del primer amor. Él se destacaba en las asignaciones, era representante de su clase, y yo me aislaba más, pintaba, decoraba, me perdía en mi mundo de fantasía, ese que yo creé para sobrellevar mi vida. Pensé que, aunque habíamos crecido y yo era diferente, la rechazada, la tímida que nadie veía, la gordita rara del colegio, nuestra amistad sobreviviría. Que quizás llegaríamos a adultos siendo el mismo grupete, los chicos que habían compartido tanto tiempo desde niños.

Pero no, no fue así, como ya saben. Porque todo cambió un día, cuando llegó ese día espantoso que siempre recordaré. Cuando se abrió la grieta entre nosotros y todo cambió.

Fue en su último año de secundaria. Había una salida especial para todos los alumnos. Se suponía que era la última noche. Yo estaba sola, cuando escuché reír a un grupo de chicos. Me escondí, no sé qué me animó ese día a quedarme espiando. No sé si fue una buena idea, pero ese momento, esos minutos, formarían una parte importante de mi vida. Ahí entendería una verdad difícil, pero verdad al fin. Estaba Brandon y escuché la voz de un amigo suyo, Franco, soltó su nombre junto al mío en la misma frase:

—Creo que voy a invitar a tu amiguita Ady a salir.

Se rieron todos; eran varios, los peores del colegio, pero que idolatraban a Brandon. Franco era un verdadero abusador y no me agradaba, no entendía como Brandon seguía con ellos. Eran detestables, y ahora lo confirmaba. Ellos hicieron comentarios sobre mi cuerpo, mis curvas, mi sobrepeso, sobre lo rápido que diría que sí porque “seguro no ha tenido novio” por que no tenía experiencia, una pobre virgen, una tonta a la que nadie le prestaría atención ¿Eso era lo que Brandon también pensaría de mi?. Yo aguantaba la respiración, esperando que Brandon los callara, con el corazón tan agitado.  Deseaba tanto que lo hiciera, que me defendiera, que hablara bien de mi. Que dijera algo. Y lo hizo… pero no como yo esperaba. 

—¿Por qué querrías ir con ella? —dijo, con un tono burlón que jamás había escuchado en su voz—. A menos que te gusten las mujeres con más kilos de los que deberían tener… ya sabes, como una ballena.

—¡La gran ballena de la escuela! ¡Que buena idea! 

—Es vergonzosa. ¿No sabe de dietas?

—Honestamente, la última chica con la que algún chico que no quiera ser un perdedor podría salir ¿Están locos? —añadían los otros. Este era el peor escenario, uno que ni en mis pesadillas había imaginado. Pero fue real, sucedió, y rompió mi corazón.

Se rieron. Todos, con grandes carcajadas. Incluso él. 

Y aquí estaba, llamándome “Ady” como si nada hubiera sucedido. Nunca imaginé que volvería a verlo tan cerca, tan tangible, con esa sonrisa que parecía no conocer el daño que causó. Su voz parecía un eco de un pasado al que había intentado renunciar. Ahí estaba, sentado frente a mí, presentándose como el nuevo CEO de la empresa, como si no hubiéramos compartido nada más que un simple saludo.

Era el CEO, repetía mi cabeza. Yo que quería tener grandes avances en mi carrera, pero él era nada más y nada menos que el CEO.  El gran jefe de todos que decidiría nuestras vidas. Estaba en sus manos.

Sentí un nudo en la garganta, una mezcla de ira, miedo y tristeza que me paralizó por un instante. Todo lo que habíamos vivido, o mejor dicho, todo lo que él había provocado con una sola frase, volvió a mi mente con fuerza. El pasado que había intentando tanto olvidar, venía de nuevo a mi con una fuerza espeluznante.

No fui a ningún baile después de eso. Mientras todos celebraban, yo estaba encerrada en mi cuarto, ahogada en lágrimas, llorando como nunca antes lo había hecho. No solo lloraba por lo que dijo Brandon, sino por lo que representaba: el fin de una parte de mí que creía intacta. La chica enamorada, la que soñaba con él. Y también perdí a mi amigo, una familia que me quería. Mi felicidad, mi esperanza de niña y de adolescente.

Al día siguiente, cuando crucé las puertas del colegio, él no estaba; se había ido feliz a ver universidades, a ser exitoso a hacer su vida como un chico de categoría solo puede hacerlo. Él se fue y me dejó sola con el peso de sus palabras: fui la burla de todos. Los apodos crueles, las risas que me perseguían en cada pasillo. Yo, y solo yo, cargaba con esa humillación. Y no se olvidó en unos días o semanas. Continuaron por años, fui la marginada, la chica regordeta que estaba en la mira de las burlas, en deportes no podía ni aparecer, dudé de la ropa que me colocaba. Fue un infierno. Annie intentaba protegerme, pero incluso ella era arrastrada por mi hermana hacia el grupo de populares, y yo quedaba sola con mis pensamientos y mis miedos.

Pasaron los años y me convertí en experta en evitar. Evitaba las invitaciones a la casa de los Clark, donde me esperaban con los brazos abiertos, pero donde yo me sentía prisionera de mis inseguridades. La idea de ir a la playa con ellos, de ponerme un traje de baño y estar expuesta, me aterrorizaba. ¿Estaban locos? Sabía que Brandon regresaba en vacaciones, y me encerraba en mi casa para no cruzarme con él. Perdí a Annie y a los Clark, solo por las palabras de Brandon. Perdí tanto que jamás lo pude superar. Ahora me daba cuenta.

Solo Billy, su primo menor, fue un remanso de paz, era mi amigo, el único que intentó realmente mantener contacto, y por eso lo adoraba. Nuestras charlas por mensajes y las pocas salidas que logramos tener eran el bálsamo para mi alma rota. Me contó algo que nadie más sabía: era gay. Guardar ese secreto me hizo sentir valiosa, como si alguien finalmente confiara en mí para algo importante. Durante años, él fue mi único amigo verdadero.

La graduación de Annie y mi hermana fue otro golpe al corazón. Fui temprano, saludé a Annie desde la distancia y escapé como si huyera del diablo. Recuerdo su felicidad de verme, cómo me abrazaba y me llamaba. Nunca más volví a ver a Brandon. Supe que partió a Europa para estudiar y que se hizo un empresario exitoso, mientras yo luchaba día a día para reconstruirme. Por años los evité: cumpleaños, vacaciones, eventos especiales. Sus padres me llamaban, Annie también, pero me convertí en un fantasma. Aprendí ilustración por mi cuenta, hice cursos, y sobreviví trabajos que me parecían pequeños castigos: tiendas, oficinas sin ventanas, tareas sin sentido. No fui a la universidad, mis notas cayeron en picada, y perdí mi oportunidad. Hice lo que pude en el peor momento de mi vida. Me costó tener novios, amigos. Mi vida fue cuesta arriba, mi confianza quedó destruida.

A veces me preguntaba qué habría pasado si Brandon no hubiera soltado esa frase. Tal vez las burlas hubieran sido diferentes, tal vez nadie se habría fijado en mí. O quizás habría tenido la fuerza para luchar, cambiar de escuela, encontrar refugio en otro lugar. Pero no fue así. Me alejé, me refugié en mi mundo, me alejé de todos.

Y finalmente crecí, me hice adulta, intenté sobrellevar mis traumas. Después de trabajos sin importancia, finalmente conseguí este puesto, el que quería, el que luché por tener. Había demostrado ser creativa, me había ganado la confianza de Mike con mucho esfuerzo. Tenía fe de que vendrían nuevas oportunidades.

Y aquí estoy, en mi oficina, en una reunión crucial, con él frente a mí. Brandon Clark, el mismo chico cuya palabra hizo añicos mi autoestima, es ahora el hombre que dirige esta empresa. ¿Podría ser peor? La vida no podía ser tan cruel.

Pero ese fue mi pasado, y este era mi cruel presente. ¿Y el futuro? Nadie lo sabe, quizás esté escribiéndose. Pero les puedo decir, desde ahora, que mi panorama era como mucho, gris.

Me sonrió, me llamó “Ady” con familiaridad, como si nada hubiera ocurrido, como si no hubiera dejado cicatrices profundas en mi vida. Me miró y saludó hasta con cariño, hasta como si estuviera feliz de verme. ¿Cómo era posible que fuera tan descarado?

Y yo... apenas pude contener las lágrimas.

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