Capítulo 5

Un esbozo de sonrisa apareció en el rostro de Adriano al ver a Vanessa marcharse. Su forma de ser era como era una brisa refrescante. Era atrevida y no parecía tenerle miedo a nada.

El edificio donde entró no parecía el lugar donde viviría la hija de Filippo Giordano. Dado su posición económica hubiera esperado un edificio en el centro de la ciudad o al menos uno más lujoso. Pero no sabía porque le sorprendía, ese lugar concordaba más con todo lo que había aprendido sobre ella en los últimos días. Ella estaba luchando por escapar del control de su padre, seguro también había rechazado cualquier ayuda por parte de él.

Encendió el auto y se marchó. En el viaje hasta su departamento recordó lo sucedido en el restaurante y una risa se le escapó.

Adriano se había reunido allí con Amanda. Su empresa acababa de cerrar un negocio muy importante con la empresa de la que ella era representante y él la había invitado a cenar. Había visto a Vanessa en cuanto ella había entrado al restaurante, no era fácil de pasar desapercibida. Ella se había sentado lejos y Adriano dejó de prestarle atención.  

Después de pagar la cuenta, Amanda lo había invitado a ir a tomar unas copas, invitación que él había declinado con cortesía. Estaban por abandonar el lugar cuando al ver por última vez a la mesa donde estaba Vanessa la encontró molesta mirando a un hombre que debía haber llegado después de ella. De inmediato se había disculpado con Amanda y se había despedido de ella, antes de acercarse a la mesa donde estaba la alborotadora.

Aunque se la hacía divertida la idea de ver a Vanessa destrozar al hombre que la acompañaba, se apiadó de él. Estaba seguro que si no habría intervenido cuando lo hizo, Vanessa habría acabado con el hombre. No sabía exactamente lo que él había dicho para enfurecerla, pero debía haber sido algo muy grave porque el brillo de molestia en sus ojos no le había pasado desapercibido. No podría decir lo mismo del hombre que había parecido indiferente.

Cuando había estado cerca, pudo ver quién era el acompañante de Vanessa y, aunque le tomó unos segundos, lo reconoció. Se trataba de Enrico. Por un segundo había pensado que ese era el hombre perfecto para Vanessa, era obvio que era de linaje y buena posición; pero descartó la idea tan pronto como apareció. Si fuera así, él no tendría que haberse acercado para salvarlo de la mujer que estaba dispuesta a decirle algunas verdades nada agradables.

Adriano llegó a su departamento apenas quince minutos después. Estaba entrando a su dormitorio cuando su celular sonó. Lo sacó de su bolsillo y miró el identificador. El número que se mostraba en la pantalla era desconocido. Estuvo a punto de dejarlo sonar, pero por algún motivo al final decidió contestar.

—Adriano Morelli, ¿con quién hablo? —contestó aflojándose la corbata.

—Hola, Adriano, soy Vanessa.

—¿Cómo conseguiste mi número? —preguntó extrañado.

—Hice mi tarea —dijo ella y a Adriano se le ocurrió que tal vez podía habérselo preguntado a Bianca, pero conociendo lo reservada que era Vanessa esa era la opción menos posible—. Como sea, solo llamaba para agradecerte por lo de hoy.

—No lo hice por ti, solo trataba de evitar que mataras a Enrico —dijo serio.

Vanessa soltó una carcajada y eso causo una sensación desconocida en él. Su humor le resultó contagioso y se encontró sonriendo.

—Entonces gracias por evitar que sume asesinato a mi lista de delitos.

—De nada.

—Buenas noches, Adriano.

Antes de que pudiera responder algo ella ya había colgado.

Algo le dijo que no sería la última vez que ella llamaría y solo por eso guardó su número, no porque pensara en llamarla en algún momento.

Terminó de desvestirse y después de una ducha se echó a la cama. La primera imagen que vino a su mente fue la de Vanessa con el vestido de ese día. Intentó pensar en otra cosa y después de algunos minutos intentándolo sin éxito, se dio por vencido.

Tenía que reconocer Vanessa lo intrigaba bastante, siempre había sido así, pero ahora la sensación de querer conocerla más, se había incrementado. Era solo curiosidad y seguro pasaría en cuanto pusiera un poco de distancia.

Al día siguiente se despertó incluso antes de que su alarma sonara. Era sábado, pero solía trabajar desde casa hasta medio día. Estaba por encerrarse en su despacho cuando el sonido del ascensor se detuvo en su piso.

Primero pensó que alguien se había equivocado de piso, pero luego temió lo peor y cuando las puertas se abrieron entendió que su miedo no era en vano.

Sus padres estaban allí. Al parecer ya era hora de otras de sus visitas sorpresas.

Se preguntó si alguno de sus hermanos había estado al tanto y no le habían dicho nada a propósito. No le sorprendería ni un poco, todos tenían un gusto insano por verlo sufrir. Antes de que Leonardo encontrara a Natalia todavía podía contar con él, pero ahora estaba solo.

Cómo habían logrado convencer al portero de darles su nueva clave de acceso era un misterio para él. Aunque era obvio que nada detenía a sus padres, en especial a su madre. Además, no es como si él hubiera informado que sus padres no tenían permitido entrar, y no porque le preocupara ser un mal hijo, tenía más que ver con el hecho que su madre no lo perdonaría por ello nunca. Nadie quería ver a la dulce Carmine molesta.

—Padres, que alegría tenerlos aquí —dijo. Esperaba que sus ojos no se vieran como las de un animal antes de ser atropellado.  

Su madre caminó a paso rápido hacia él y Adriano se inclinó para recibir su abrazo. Después de separarse de ella, se acercó a su padre y también lo abrazó.

No le gustaba que metieran sus narices en su vida privada, pero los quería y siempre era un placer cuando venían a verlo. Sería tan bueno si solo se tomaran la molestia de avisarle, eso al menos lo prepararía mentalmente para enfrentarse a un día de preguntas vergonzosas.

—¿A qué hora llegaron? —preguntó.

—Nuestro vuelo aterrizó hace media hora.

—Debieron avisarme para ir a recogerlos al aeropuerto. Deben estar cansados después de su vuelo porque no descansan un rato —ofreció sabiendo de ante mano la respuesta que recibiría.

—Descansaremos cuando ya no estemos en esta vida, además no es como si hubiéramos volado medio mundo. —Su madre le habló como si él aún fuera un niño pequeño.

Su padre lo miraba desde detrás de su madre con una sonrisa divertida.

—Cariño, ¿por qué no vamos a desayunar? —sugirió su padre y él lo miró agradecido—. Seguro tu hijo solo tomó una taza de café —Su agradecimiento despareció apenas su padre terminó de hablar.

Debió de suponerlo. Su padre solo estaba de un lado, y ese era el de su madre. Eso debió resultar molesto, pero eso solo reafirmaba su admiración por él.

Su madre miró su esposo sobre el hombro y por un segundo compartieron una mirada que tantas otras veces había visto. Su matrimonio seguía igual de fuerte como él lo recordaba desde niño.

—Vendrás con nosotros —dijo su madre regresando su atención a Adriano.

—Sí, señora. —No es como si tuviera otra opción.

Adriano tomó la pequeña maleta de la mano de su padre y la llevó hasta una de la habitación de invitados. Luego fue a la suya para coger su billetera y celular.

En cuanto regresó a la sala, sus padres se levantaron y juntos subieron al ascensor. Bajaron hasta el estacionamiento y Adrianolos llevó al lugar de siempre.

Al bajar del auto, Adriano pensó en lo cerca que quedaba el restaurante del lugar donde vivía Vanessa. No le vendría mal su compañía en ese momento. Ella se llevaba muy bien con sus padres y seguro alejaría la atención de su madre sobre él.

Sacudió la cabeza. No sabía de donde había venido ese pensamiento.

Apenas habían ordenado su desayuno cuando su madre le hizo la pregunta que sabía que en algún momento llegaría.

—¿Estás saliendo con alguien? —Su madre parecía esperanzada.

Miró a su padre a ver si él lo ayudaba esta vez, pero él parecía concentrado en su menú… como si no hubiera ordenado ya. Aunque bien que tenía una oreja parada escuchando todo.

—Señores Morelli —dijo una voz alegre, eso captó la atención de su madre y Adriano casi dio un suspiro de alivio. Miró a la dueña de la voz sabiendo incluso antes de verla que se trataba de Vanessa. Era casi como si la hubiera invocado con el pensamiento—. ¿Qué sorpresa verlos aquí? No sabía que estaban en la ciudad.

Sus padres se pusieron de pie para saludar a Vanessa. Ambos la abrazaron, parecían contentos de verla.

Adriano fue el último en ponerse de pie para saludarla.

—¿Qué haces? —preguntó en un susurro antes de besarla en la mejilla.

—Devolviéndote el favor —musitó ella sin perder su sonrisa.

—¿Por qué no nos acompañas? —invitó su madre.

—Si a Adriano no le molesta, no quisiera interrumpir en una reunión familiar.

—No, a él no le molesta ¿verdad, cariño? —su madre lo retó con la mirada a decir lo contrario.

Por primera vez no se sentía obligado a aceptar. Vanessa era como un salvavidas que no pensaba desaprovechar.

—Para nada —dijo serio.

—A veces me preguntó si eres tú quien decidió quedar soltero o las mujeres huyen espantadas al conocer tu carácter —musitó su madre.

Vanessa tosió, pero Adriano se dio cuenta de que solo estaba ocultando una risa.

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