Cuarto Reino
Cuarto Reino
Por: Yakazama
Prólogo

     El silencio de la noche fría, el cantar de los grillos y el pulular de los animales nocturnos, el cielo estrellado, solos, solos con la compañía de la luz de la luna y el crepitar de una fogata para mantener el calor en el medio de la nada, ocultos en un bosque espeso y profundo.

     Una joven muchacha de piel acanelada, de ojos marrones claros y de cabello negro, tan negro como el ébano brillante, los ojos fijos en aquel hombre que le curaba las heridas, aplicaba pomadas elaboradas de extractos de hierbas y otras cosas, las cuales, la joven no pudo identificar, sin embargo, calmaron el dolor de aquellos moretones, cortadas profundas y raspones que bañaban casi todo su cuerpo delgado y delicado.

     La joven habló en un ligero susurro, ya que la curiosidad la embargaba con un sinfín de preguntas. ─ ¿Por qué me ayudas? ─ (silencio) ─ ¿Cómo te llamas? ─.

     Al no obtener respuestas de aquel extraño hombre, decidió examinarlo para ver si lograba descubrir algo en él. Su armadura aun puesta, extraña a decir verdad, no era el tipo de armadura de las cortes del rey de aquellas tierras, aquella armadura se veía forjada en plata y oro, ornamentado en los bordes en bronce, el peto cubriendo todo su cuerpo, macizo, pero a su vez le daba libertd para poder moverse, como si fuera flexible, no poseía estandarte de ningún reino conocido, no era un ladrón, se notaba a leguas, su casco, su casco forjado del mismo material, a los lados parecían alas de guiverno, desplegadas hacia atrás en pleno vuelo, el casco tapaba parte de su rostro, solo dejando visible los ojos, sus brazales con garras en los nudillos, y en los codos yacían espolones, el brazal izquierdo era más grueso, la joven supuso que era para cubrirse de algunos ataques en específico, sus botas hechas del mismo material, cubriendo hasta los muslos.

     Su espada, esa espada nunca se la había visto a ningún guerrero en su vida, un filo amenazador en ambos lados, su hoja parecía de cristal, pero a su vez dura y brillante como el más duro de los aceros, la empuñadura se asemejaba la boca de un dragón enroscado con las alas abiertas, y desde la boca de aquel dragón brotaba la hoja de la espada, sus ojos azul cielo plateados, ¿ojos azul plateados?, no, no se había equivocado, sus ojos eran azules, pero refulgentes como la plata, fijos en su trabajo de curación, trabajando en silencio.

     La joven lo seguía estudiando, pero sus rasgos hermosamente letales tampoco le rebelaban mucho. Solo años y años de guerra y mortales peleas. ─ ¿Quién eres?, ¿Por qué me ayudas? ─ volvió a preguntar la joven, que su edad no pasaba de los veintitrés.

     La joven trata de mirar más de cerca aquellos raros ojos. ─ Te ayudo por la misma razón por la que tú me ayudaste a mí ─. Dijo aquel extraño guerrero. La joven frunce el ceño entrecerrando la mirada, ella nunca lo había visto en su vida, jamás, sino lo habría recordado, su voz, su voz era firme, profunda, como el ronroneo de un león, pero a su vez suave y cálida a pesar de que no mostraba emoción alguna en su rostro, sus manos callosas de mil batallas, acariciaron su piel aplicando las pomadas con mucho cuidado, para luego proceder a vendarlas, eso fue lo que más se acercó a una conversación.

Ella se le quedó mirando otro instante más en silencio, si, ella lo había visto, lo había visto dos veces, tres en aquella casa que parecía una fortaleza, mas, nunca habló con él, recordó haberlo visto en las calles de la aldea, él nunca se acercó, ni siquiera para saludar, ella no lo conocía, aun no lo conoce, solo que en ese momento, él no llevaba esa hermosa armadura, solo hasta ese instante que el caos estalló en su aldea y todo se fue a la m****a, solo en ese momento él apareció y la sacó de ese atolladero. ─ ¿Cómo… como se llama? ─ (silencio) ─ No podré agradecer si no sé el nombre de mi salvador ─. Dijo la joven algo nerviosa, pequeña, acomodándose un mechón de su cabello. ─ Dragnan ─. Contestó el guerrero. ─ Ok… señor Dragnan… gracias por salvarme. Soy Samara… ─ Lo sé ─.

     La joven, de un momento a otro, entre el cobijo de la noche, comenzó a sentir que sus ojos y el cuerpo se tornaban pesados, sumergiéndose en el cansancio, recordando lo mucho que habían recorrido, no supo en que tierras se encontraba, solo le importaba estar lejos de aquel desastre, y si aquel guerrero la sacó de allí era para protegerla, no le haría daño dormir un poco ya que él guerrero no le lastimaría, solo necesitaba dormir.

     Poco a poco la joven fue cerrando los ojos hasta que la noche la cubrió en silencio bajo un dulce sueño, un sueño placentero y no se despertó hasta la mañana siguiente que fue prácticamente en un parpadear.

     Ya al reventar del alba, los primeros rayos de sol hicieron que ella se levantara de golpe, en ese latido solo hubo silencio, silencio y la fogata apagada. Mirando a su alrededor buscaba, buscaba desesperadamente a su salvador, el miedo le fue cubriendo en lo más profundo de los huesos, hasta sentirse desprotegida, vulnerable, indefensa ante quien sea que se le acercara, sus heridas ya no le dolían, sin embargo, su guerrero salvador ya no estaba con ella, se había marchado, dejándola sola en la espesura del bosque.

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