-Niña no estoy de acuerdo en que este señor se acomode en la casa con sus pertenencias -la voz de Shara resonaba por todo el despacho de Brianda.
-¿En qué momento yo he pedido tu opinión, Shara? Te recuerdo que yo hago lo que quiero en mi casa. Si no estás cómoda, bien puedes irte. -Brianda miraba a la mujer con una ceja arqueada.
Como no supo que más decir, la ama de llaves se dio la vuelta y salió del despacho, visiblemente molesta, pero a Brianda poco y nada le importaba.
Habían pasado varios días desde que trajo a Oliver a casa y Milagros no podía ser más feliz. Tampoco ella podía negar su evidente felicidad, sobre todo a las seis de la tarde, cuando ambos iban a recoger a la pequeña al colegio o a sus extraescolares y ella salía con esa felicidad que llenaba por completo el corazón de Brianda.
Y hoy era el cumpleaños de Milagros, y Brianda no estaba dispuesta a permitir que nadie se lo arruinara.
Comenzó a sonar el teléfono y Brianda lo contestó.
-Hola, preciosa. ¿Me estás extrañ