Capítulo 1

"La paciencia es un árbol de raíz amarga, pero de frutos muy dulces." 

Proverbio persa.

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De niñas, los cuentos infantiles nos venden la idea del príncipe azul que llega y te despierta con un beso; del que arriesgaría su vida para liberarte del castillo pese al dragón; o está el príncipe que con el beso de amor verdadero deshace el veneno de la manzana y te hace volver a la vida. Sucede que nos ilusionan con esas historias y a veces, no es lo que esperámos...

 

***CAROLINA***

Tuve una vida tranquila en mi niñez, había sido una niñez hermosa. Crecí rodeada de mucho amor, pero en mi adolescencia, también tuve pérdidas irreparables.

A mis 17 años, mis padres fallecieron en un lamentable accidente y fue un periodo muy difícil para mí, lleno de mucho dolor.

Amelia Torres y Nicolás Guerra habían sido las personas más importantes de mi vida. Me enseñaron valores y principios de los que siempre estaré agradecida.

A pesar del vacio que dejaron, recobré la alegría poco a poco, y al pasar el tiempo, no permití que esa tristeza me consumiera, aunque siguiera extrañandolos.

Tenía una vida muy estable, una carrera que amaba y un negocio, herencia de mis padres, del que me hice cargo después de su muerte.

Y tengo a Ana, mi mejor amiga, quien siempre ha sido como una hermana.

Después de perder a mis padres quedé sola en una casa grande y aprendí a disfrutar de la soledad.

La lectura se había vuelto mi mejor compañia. Escribir, otro de mis pasatiempos. También, disfrutar de los atardeceres y las noches estrelladas que miraba desde una azotea algo exótica, que había construido con ayuda de mis padres.

Yo misma había pedido hacer el diseño. Conectaba con mi cuarto por una pequeña puerta, que era imperceptible. Era un lugar casi secreto y mi espacio favorito.

Al entrar se podía apreciar algunas plantas al rededor, un bohío, una hamaca dentro de éste y el espacio restante estaba libre, a la intemperie. Ahí podía tumbarme a mirar el cielo por horas. La unica persona con vida que sabía de él, era Ana. Nunca me había atrevido a mostrarlo a nadie más. Sin embargo, tenía deseos de compartirlo con alguien que apreciara esa simpleza, esa tranquilidad, pero debía ser merecedor.

Soñé desde niña con encontrar el amor romantico. Mi papá me había enseñado que se encuentra sin afanes y sin prisas, porque del afán solo queda el cansancio y amargura.

Quería un hombre que fuera especial y ninguno había cumplido mis expectativas, y si algo había aprendido de mamá era el no conformarse y sentir a medias... El conformismo puede ser bueno en muchos aspectos, pero en los sentimientos —decía ella—, causa desdicha, te hace infeliz, sientes un vacío incómodo y al final te destruye lentamente.

No quería perfección, pero hasta ese momento, no había hallado al indicado para mi y había tenido una mala experiencia que me había dejado marcada y algo desconfiada.

El amor que ví en mis padres me hacía creer que sí existía. Se conocieron desde muy jóvenes y a pesar del tiempo se mantenía muy unidos, enamorados. Pero a mis 29 años no había aparecido aquel hombre que me hiciera sentir esas cosas especiales, que tuviera una afinidad intelectual conmigo y sobre todo tuviera cualidades y valores que tanta falta le hacen a este mundo. No podía conformarme con menos y a decir verdad, ya estaba perdiendo toda esperanza.

Mi vida era muy simple, trabajaba medio tiempo en la floristería, la cual me permitía tener una vida cómoda, no riquezas, pero sí lo necesario y algunos gustos que me podía dar. Tenía las tardes libres, Adela, mi socia, se encargaba el resto del día.

Adela, una gran amiga de la familia que me ayudó cuando mis padres fallecieron, que estuvo conmigo en los momentos dificiles y me enseñó cómo hacerme cargo del negocio.

Mi rutina era regresar a casa, cocinaba para mi y pasaba la tarde con mi gata Lola. 

Rescaté a Lola de a penas unas horas de nacida, fue un trabajo duro, pero sobrevivió y desde entonces es mi fiel compañera.

Aunque no ejercía a fondo mi carrera de trabajo social, sí invertia mi tiempo en hacer obras buenas por otros. No porque quisiera reconocimientos, sino por la satisfacción que da el ayudar a quienes lo necesitan. Lo más bonito que puede cultivar el ser humano, es la compasión; compartir con otros menos favorecidos parte de nuestro tiempo, energía y recursos.

Iba a un asilo a colaborar dos o tres veces al mes. Estar entre aquellos abuelitos me producía una enorme alegría. Escuchar sus vivencias, era adquirir experiencias ajenas. Aprendí mucho de ellos; la sabiduría que se gana con los años, es impresionante e invaluable.

En otras ocasiones visitaba a los López. Tengo un cariño especial por la familia López. Conocí a "la abuela" en un accidente en el que fue atropellada y el tipo se dio a la fuga. Entre varios que estuvimos presentes, la auxiliamos y desde ese día, he estado muy pendiente de ella y su familia.

Tienen muy pocos recursos, pero tienen lo más importante, un amor y calor de hogar que supera cualquier carencia. Me agrada ir a verlos porque siento que son ellos los que me reconfortan a mi, me hacen sentir parte de su hogar.

La soledad es encantadora si se sabe sobrellevar, puede ser una gran compañía como lo era para mi, pero... a veces, solo a veces, no se sentía tan agradable. Afortunadamente, siempre ha estado Ana para esos momentos.

Conozco a Ana desde que eramos bastante niñas y siempre habíamos soñado con enamorarnos, casarnos y formar nuestras familias.

Después de que el negocio superó cierto altibajos, por mi poca experiencia  y volvió a dar sus frutos, decidí viajar por algunas partes del mundo y por supuesto Ana conmigo... Estuvimos en partes hermosas y conocimos lugares increíbles, hasta donde el presupuesto nos alcanzó.

En uno de esos viajes, Ana conoció a Francisco, un hombre no solo apuesto sino tierno con ella. Son el uno para el otro y no podía estar más feliz de que mi amiga hubiera encontrado a su príncipe azul.

Se casaron un año despues de conocerse y se mudaron cerca, porque como buena amiga, no quería estar lejos de mí. Ella siempre ha estado cuando más lo he necesitado y yo para ella.

Un año de casados ya tenían Ana y Francisco y como la mayoría de parejas, querían agrandar la familia. No podía estar más dichosa con la idea de ser tía. Sin embargo, luego de intentarlo y no lograr concebir, buscaron la opinión de expertos para saber que pasaba.

Después de varios estudios no hubo buenas noticias, ambos tenían, mayormente Ana, inconvenientes para lograrlo y ningún tratamiento les garantizaba éxito, por lo que mi amiga estuvo deprimida por un par de meses. Pero a pesar de la triste situación, era bonito ver como Francisco la animaba. Eso era lo que yo también buscaba: apoyo y amor incondicional.

Con el tiempo ella se fue haciendo a la idea y consideraron la adopción, lo que de nuevo me alegró enormemente.

Ana y Francisco  estaban haciendo los procesos para la adopción y cuando podía les ayudaba. 

En una de sus visitas a uno de los orfanatos, los acompañé, pero regresé con el corazón roto al ver a tantos niños esperando un hogar.

Una noche, luego de mil vueltas en la cama, tomé la decisión de adoptar y cambiarle la vida, por lo pronto, a uno de esos pequeños. No le faltaría lo necesario, total, tenía amor que brindar, estabilidad económica y espacio en mi hogar y, ¿por qué no? Podría ser más de uno. Esa noche, me dormí con la idea de empezar las investigaciones para la adopción.

Era domingo esa mañana, por lo que no trabajaba. Cuando vi una hora oportuna llamé a Ana y le comenté lo que pensaba. Se alegró tanto que le escuché gritar del otro lado de la linea. Me pasó los números de teléfono de una de las encargadas del proceso, así que al día siguiente, llamaría para empezar mi propio proceso de adopción.

Me causaba una sensación en el estómago de susto y a la vez entusiasmo. Lo había decidido, sería mamá.

El lunes me alisté como de costumbre para ir al trabajo, desde allá llamaría a la encargada de las adopciones.

Mi medio de transporte era una moto pequeña, femenina, y mientras iba camino a la floristería, me mentalicé que tendría que cambiarla por un auto, pues no iba a andar con un pequeño en moto.

Sonreí para mis adentros, cada vez estaba más emocionada de ser mamá.

A penas llegué y organicé lo que acostumbraba, tomé el teléfono de la oficina y marqué. Me contestó la secretaria de la funcionaria, y luego de explicarle que era para un proceso de adopción, me la comunicó.

—¡Aló! ¿Con quién tengo el gusto? —preguntó.

—Hola mucho gusto, soy Carolina Guerra.

—¡Ah! Hola, señora Guerra, que gusto escucharla, ¿en qué puedo ayudarla?

«¿Me conoce?».

—Soy amiga de Ana Ruíz. Ella me dio su número, estoy tambien interesada en adoptar.

—Sé quien es usted... en cuanto a la adopción, me gustaría que tuviéramos una cita junto con su esposo.

«¿Esposo?».

—Ok. Pero hay un inconveniente, no tengo esposo.

Se hizo un incómodo silencio por un par de segundos del otro lado de la línea.

—¿Qué le parece si le hago una cita y conversamos mejor acá?

—Está bien —le respondí. Quedamos de vernos esa misma tarde.

En el orfanato, Marina me invitó a caminar.

—He escuchado hablar cosas muy buenas de usted, señorita Guerra.

—Carolina por favor.

—Carolina, sé que has venido muchas veces después de que tu amiga Ana, empezara el proceso de adopción, y sé que te has encargado de muchas necesidades del instituto, y aunque querías permanecer en el anonimato, para funcionarios como yo, no es posible. Quiero decirte, en nombre de todos, que estamos muy agradecidos contigo.

—No es necesario, de verdad lo hago con gusto, pero no quiero que nadie más lo sepa.

—No te preocupes, somos muy pocos los que tenemos que enterarnos... pero en cuanto el porqué estás hoy aquí, no tengo buenas noticias... El proceso de adopción es muy claro y uno de los principales requisitos, es estar bajo la institución de un matrimonio estable por el bienestar del menor —dijo tratando de sonar delicada.

—¡Oh!

—La he visto interactuar con los niños y a legua se nota que es amorosa, maternal y me encantaría poder ayudarla, pero las reglas son las reglas y lamentablemente, no puedo. —Me miró con empatia.

—Entiendo.

Me sentí triste, pero, ¿qué podía hacer si no cumplía con aquel requisito importante?

Pasaron los días y seguí investigando si de alguna manera, podía haber excepciones para adoptar. Pregunté a abogados conocidos, pero no, los requisitos eran muy claros y sin un matrimonio estable, no había nada que yo sola pudiera hacer.

Después de un tiempo, dejé la idea a un lado. Ana bromeaba con casarme con todo el que se le ocurría, desde el muchacho del supermercado cerca su casa, que según Ana, no dejaba de mirarme cada que íbamos a comprar, hasta los abuelos del ancianato. Me reía con sus ocurrencias, mi amiga es un caso especial.

La tristeza iba pasado un poco, pero seguía pensando en la idea de tener a un bebé a quien cuidar y proteger. Definitivamente me habia ilusionado con la idea de ser mamá.

Me reconfortaba que ya pronto le entregarían a mi querida amiga, el bebé por el cual había esperado: Emilio.

Estábamos locas comprándole lo que necesitaba para recibirlo y cosas también innecesarias, pero de la emoción todo nos parecía útil.

El día que el pequeño Emilio llegó a su hogar fue de los días más conmovedores que he podido experimentar. Tenía unos tres meses de nacido y era la cosita más bella que había visto. Ana y Francisco estaban que no cabían de la dicha y yo junto con ellos.

Y ustedes se preguntarán ¿A qué viene todo esto? Pues tener a Emilio en mis brazos fue lo que empezó toda esta historia en realidad.

Ya verán...

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