El Dolor
Desde el primer día de regreso al trabajo, algo en él cambió.
No fue súbito ni escandaloso, pero se notaba en los silencios más que en las palabras, en la precisión fría de sus acciones, en la ausencia de pausa o titubeo. Nathaniel Harrington había retomado su trabajo con una eficiencia que rozaba lo peligroso. Como si su pulso no tuviera tiempo para temblar, como si el más mínimo espacio de vulnerabilidad pudiese desbordarlo.
Los pasillos del Mount Grace lo veían pasar como una sombra veloz: bata perfectamente ajustada, cabello peinado hacia atrás sin un solo mechón fuera de lugar, voz firme, mirada afilada. Cada intervención era ejecutada con exactitud matemática. No había bromas. No había desvíos. No había rastros del Nate cálido y concentrado que hablaba con sus pacientes en voz baja, que se aga