Veinticinco

Todo se redujo a los gritos de mi boca y a las caricias de su lengua.

Amelia

Detengo el auto cuando estoy lo suficientemente lejos de su casa. Mis pensamientos pasan a mil, la piel me hormiguea y mi centro palpita como nunca antes lo había hecho. ¿Cómo es que creí que había dejado de ser virgen aquella noche? Ahora no solo voy a casarme con él, sino que… ¡maldita sea! Y lo peor de todo es que lo disfruté, amé cada caricia, cada toque. Adoro sus besos, sus manos en mi cuerpo.

—¿Cómo es que no pude pararlo? —Golpeo el volante del auto con mis puños, queriendo sacar el tsunami de emociones que se arremolinan dentro de mí, pero solo consigo lastimarme mientras las lágrimas no paran de salir.

Perdí la cabeza, me dejé llevar por lo que Sebastián produce en mí y se supone que yo iba a dejar las cartas sobre la mesa y ahora resulta que mi vida es un lío. Y él lo arruinó todo, fue tan perfecto y tenía que abrir la boca, tenía que devolverme a la realidad de esa forma tan cruda. Como si mi virg
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