Cuarenta y Ocho

¿Por qué tardaste en aparecer?

Sebastián

Creí que Amelia no sería capaz de someterse de ese modo, pero es claro que la he subestimado en muchos sentidos. Pensé que cubrirle los ojos y atarla de manos, sería un límite para ella, sin embargo, cada día que pasa me deja sin palabras. Y yo no me canso de experimentar con su cuerpo, de conseguir las mil maneras de satisfacerla, es tan fuerte y decidida.

—¿En qué piensas, cariño? —Me agrada que me llame así.

Sus hermosos ojos me observan llenos de brillo. Se lleva la taza de té a la boca y toma un sorbo sin dejar de mirarme. Me sonríe al devolver la taza a su lugar, provocando que me den ganas de tomarme el día libre en la empresa.

—En ti, siempre pienso en ti, pequeña —confieso tomando su mano para llevármela a los labios y dejar un beso en sus nudillos.

Sus mejillas se ruborizan ligeramente.

—Tengo que ir a trabajar —dice como si pudiera leer mis intenciones.

—Lo sé, pero…

—Es importante que vaya hoy, Sebastián. —Suspira—. Además, también
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