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Un sonido bastante agudo empieza a sonar en mis oídos. El olor lo recuerdo bastante bien, huele a desinfectante de piso. El sonido proviene de una máquina, que mide los latidos de mi corazón. Lo recurro bastante bien, ya que estuve en este estúpido lugar antes. ¿Otra vez estaba en el hospital? Que estúpida y poco cuidadosa niña. Eso es lo único que soy, una niña mexicana que fue enviada a Francia a vivir un infierno, en un lugar en donde sólo veía la noche y el día pasar, pensando en nunca poder salir. Aún recurro el olor de la soledad y las lágrimas, que caían sobre mi cara, esperando que mi padre algún día se tocará el corazón, para rescatarme de ese internado.

Pero después recuerdo el aroma del cuerpo de Alejandro, el perfume masculino que estaba usando ese primer día en que lo vi, en el estudio de mi padre, mientras me miraba atónito. Juré odiarlo toda mi vida, pero terminé amándolo con todo mi ser. Y de pronto recuerdo sus besos tiernos, cuando unimos nuestras vidas para siempre
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