33.
De inmediato, envió a los escuderos para que dieran la orden de cerrar la ciudad y reagruparse.
—¿Cómo se las combate? —preguntó André.
—Con luz. Las sombras no pueden existir sin oscuridad —respondió Serena.
—Pero… es de noche. No podemos eliminar toda la oscuridad —replicó uno de los guardias.
—Sí podemos. Usaremos antorchas. Cada rincón de la ciudad debe estar iluminado. Ni un solo espacio puede quedar en penumbra.
Matías se encargó de organizar la operación. Se instruyó a todos los ciudadanos: debían iluminar cada casa, callejón, pasillo y muro con antorchas o velas.
A medida que avanzaba la noche, también lo hacía el número de muertos. Las sombras se alimentaban de los espacios oscuros, atrapando y asesinando con facilidad. El miedo crecía. La guerra ya no era solo de los soldados. Ahora era tarea de todos.
Miles de antorchas y velas se encendieron esa noche. La ciudad ardía en luz artificial mientras resistían como podían. Pero también agotaban sus reservas de suministros, lo que