Capítulo 4

Gaby estaba furiosa, caminaba de un lado a otro en su habitación pensando en como salir de aquel lugar, Juan del Pino, era un hombre sin corazón capaz de hacer cualquier cosa por dinero, si se le había metido en la cabeza casarla, nada lo haría desistir, sin perder tiempo, fue hasta la ventana y la abrió, se asomó y observó  estaban en un segundo piso, era un poco alto, pero decidió arriesgarse, era morir en el intento y escapar o quedarse allí y cumplir los caprichos de ese miserable, ella nunca cedería a su chantaje.

Salió de la ventana y trató de ir bajando lentamente, pero su pie se enganchó en una de las piedras de la fachada, haciendo que cayera estrepitosamente al piso y se fracturara el tobillo.

El dolor era tan insoportable que soltó un alarido de dolor, que alertó a los hombres de su abuelo, quienes al verla corrieron hacia ella y la levantaron del piso y la llevaron de nuevo a la casa, Gaby gritaba del dolor y de la desesperación, pero eso a Juan no le importó.

—Enciérrenla en el cuarto oscuro, de allí no podrá escapar. —Ordenó.

—Llévenme a un hospital, este dolor es insoportable. —Suplicó Gaby.

Juan la miró con frialdad.

—Esas son las consecuencias de la desobediencia.

Los hombres la arrastraron y la encerraron en una habitación muy pequeña y sin ningún tipo de ventilación, pero en ese instante aquello era la más pequeña de sus preocupaciones.

Y allí, mientras Gaby sufría con un dolor espantoso y lacerante en su pierna, ideando la manera de salir de allí y resguardar la vida de su bebe, Leonardo, en cambio, se encontraba enfurecido y despechado, tanto era su frustración porque Gaby lo había dejado que le ordenó a todo el personal de la casa y a sus familiares que no quería escuchar el nombre de ella, nunca más,  era la primera vez que una mujer lo abandonaba, que lo echaba a un lado, y era Gaby la única de la que estaba profundamente enamorado.

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A la mañana siguiente la puerta de la habitación donde Gaby se encontraba se abrió  y Juan entró; Gabrielle estaba casi desmayada del dolor, pero al sentir la llegada de este se sentó como pudo.

—Espero que esta noche de encierro te haya hecho recapacitar —dijo Juan con ironía. —Hoy vendrá Horacio Belmonte para finiquitar lo del compromiso y el enlace matrimonial, espero que aceptes gustosa o aquí te vas a podrir.

—Para tu información Juan del Pino, yo no me voy a casar con ese mequetrefe idiota al que intentas estafar, primero porque no me da la gana y segundo porque estoy embarazada.

Juan la miró con odio, fue hasta ella y le dio una fuerte bofetada.

—Ya decía yo que eras igual a la zorra de tu madre, pero ni creas que ese bastardo que llevas en tu vientre me va a detener de cumplir mis planes, hoy mismo nos desharemos de ese problema.

Los hombres de su abuelo la agarraron y la sacaron de la casa, un par de horas después, la llevaron al hospital central de la ciudad.

Una vez en el hospital, ella comenzó a quejarse de dolor, a pesar de que Juan intentó varias veces infructuosamente en hacerla callar. Uno de los médicos al verla tan adolorida se acercó a ella y de inmediato reparó en la magulladura de su pierna y al instante se la llevó para atenderla. Juan estaba furioso, había llevado a Gaby para ese sitio, ya que un médico amigo suyo le practicaría un aborto, pero el galeno no había llegado aún, por lo que no pudo hacer nada para que no se la llevaran a otra sala para atenderla.

Gaby suspiró aliviada cuando le pusieron unos calmantes, además después de hacerles unos RX se dieron cuenta de que su herida no era tan graves y solo le colocaron una escayola.

Gabrielle sabía que la vida de su bebé corría peligro y que necesitaba librarse del yugo de  Juan, así que le pidió ayuda al médico que la estaba atendiendo, le contó toda la verdad y este al ver a la mujer tan conmovida se comprometió a ayudarla.

El médico sentó a Gaby  en una silla de ruedas y la condujo por otra sala evitando a Juan y a sus secuaces, iba casi saliendo por la parte trasera del hospital, cuando vio a Leonardo acompañado de una mujer que estaba recostaba en su hombro y él le rodeaba la cintura con su brazo, mientras hablaban con una enfermera. La mujer que se encontraba al lado de él, agarrándolo de una manera muy íntima, ella la reconoció de inmediato, si no hubiera estado sentado en aquella silla, se habría levantado y los hubiera abofeteado a los dos,  las manos le temblaban de la rabia y la frustración. La vista se le nubló por las lágrimas y el corazón terminó de romperse, al contemplar al hombre que amaba con su mejor amiga.

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