—¡Ninguna como usted! —dijo Maya tendiéndome la botella. Me la acerqué a la nariz y el olor me sacudió. Nunca había tomado licor y solo me atreví a probarlo incitada por mi despecho brutal—. ¿Quién iba a pensar que usted se estaba comiendo a ese hombre tan bello? ¡Tan bello el señor Adal!
—Estos tipos antes de meter el gol eran todo amor y atención —agregó Auri—. Ahora vienen con el cuento de que no pueden y te dejan varada en plena desgracia, mientras ellos andan felices por ahí. Debimos estar conscientes de que solo era un polvo y adiós, otro quizá, y gracias, se acabó.
—No lo creo así —dije—. Yo sé que Adal volverá por mí...
—¡Ah, qué loca formidable! —exclamó Auri, sarcástica y bebió de la botella.
—A mí