La sala principal de la mansión Leopaldo estaba cargada de tensión. Victoria, con su porte elegante y su mirada decidida, se encontraba de pie frente a sus hijos. Cada palabra que pronunciaba era como un golpe que resonaba en sus corazones. La desaparición de Raffil había puesto a prueba no solo la fortaleza de la familia, sino también su capacidad para mantenerse unidos en medio del caos.
—Voy a Colombia —anunció Victoria con firmeza, cruzando los brazos sobre su pecho—. Es mi deber encontrar a su padre y traerlo de vuelta. No voy a delegar esto en nadie más. Raffil haría lo mismo por mí, y como su esposa, como una Daville, es mi responsabilidad.
Rafael, el mayor de los hijos, dio un paso adelante. Su rostro reflejaba una mezcla de preocupación y determinación.
—Madre, no puedes ir sola. Es peligroso, y tú lo sabes. Déjanos acompañarte. Si algo te pasa…
Victoria alzó una mano, interrumpiéndolo.
—Rafael, tú eres ahora el hombre responsable de todo el legado Leopaldo. Tu padre te prepar