Nueva York, 17 de julio de 1930
El sol de la mañana se colaba tímidamente a través de las cortinas de la habitación, bañando con un suave resplandor el rostro de Maddie, quien aún dormía plácidamente. Ese día era especial, no solo porque cumplía 19 años, sino porque el día anterior, el médico le había dado la mejor noticia que podía recibir: su salud había mejorado notablemente, y el embarazo avanzaba en perfectas condiciones.
Blake, decidido a hacer de esa fecha un recuerdo inolvidable, se había levantado temprano, silencioso como un ladrón para no despertarla. Había dado instrucciones precisas a Livy sobre cómo preparar el desayuno perfecto, asegurándose de que cada detalle estuviera a la altura de sus exigencias. Los croissants aún estaban tibios, la mermelada era de frambuesas frescas, y una pequeña jarra de leche acompañaba su café humeante.
En un florero de cristal, Livy había colocado un hermoso ramo de rosas y peonías que Blake había elegido personalmente la tarde anterior.