El viaje hasta la residencia de Don Vitale transcurrió en un silencio tenso. Maddie, sentada en el automóvil junto a Gianna, se retorcía las manos con nerviosismo. Cada minuto que pasaba era una daga en su pecho. Blake estaba en algún lugar, herido, tal vez muriendo, y ella no podía soportar la incertidumbre.— Respira, bambina —susurró Gianna, posando una mano sobre la de Maddie. Ella estaba destrozada, pero tenía que ser fuerte por Maddie y también por su hijo—. Hagas lo que hagas, no le muestres miedo. Carlo tiende a no respetar a esa clase de gente y tampoco respeta a las mujeres; pero recuerda: tú no eres cualquier mujer. A sus ojos, tu eres una Vitale. No dejes de recordárselo.Maddie asintió, aunque la ansiedad seguía oprimiéndole el pecho. Sabía lo que significaba recurrir a Don Vitale. Pedir su ayuda era hacer un pacto con un hombre que nunca concedía favores sin esperar algo a cambio. Pero en ese momento, era el único con la suficiente influencia y poder para encontrar a Bla
Blake despertó con un dolor punzante en la cabeza y un latido irregular en su costado derecho. El sabor metálico de la sangre inundaba su boca y apenas podía respirar sin que un dolor lacerante le atravesara el pecho. La camisa empapada y pegajosa le indicaba lo evidente: la bala lo había alcanzado. No estaba muerto, pero cada latido lo acercaba peligrosamente a la inconsciencia.El lugar donde lo tenían era un sitio oscuro y húmedo, probablemente un sótano o un almacén abandonado. El aire olía a moho, a tierra y a óxido, y la única fuente de luz provenía de una bombilla titilante colgada del techo. El concreto frío contra su espalda le provocaba escalofríos, y aunque intentó moverse, pero sus muñecas estaban atadas con una gruesa cuerda de yute, tan apretada que la piel se le enrojecía y sentía los dedos entumecidos. Cada intento de moverse solo lograba que los nudos se hundieran más en su carne.A pocos metros de él, Ava lo observaba con una expresión indescifrable. Su vestido de co
— Don Vitale, encontramos a este desgraciado— dijo, Giorgio Ferrante, empujando a un hombre con fuerza, derribándolo al suelo —. Este borracho estaba diciéndole a quien quisiera escucharlo que el millonario Blake Townsend tenía los días contados. El Don fijó sus ojos endurecidos y furiosos sobre el hombre maltrecho por los golpes que los hermanos Ferrante le habían propinado. Era Vinnie. — Dice que se llama Vicenzo y que es primo de la mujerzuela esa—dijo, Pietro, escupiendo en el piso—. Si quiere mi opinión, este don nadie es un imbécil que sólo hace lo que lo que le ordenan por dinero. Es una escoria, pero de asesino tiene lo que yo de príncipe—pronunció con desdén y sorna el mafioso. Vinnie tosió con dificultad, escupiendo un hilo de sangre sobre el mármol del piso. Temblaba, pero no se atrevía a levantar la mirada. Sus labios partidos murmuraban incoherencias, como si aún estuviera bajo el efecto del alcohol o del miedo.Don Vitale se acercó con paso lento, su bastón golpean
Mientras Don Carlo interrogaba a Vinnie, el doctor Milton Friedman se disponía a hacer lo que él creía correcto; hacer lo posible para liberar a Blake de las feroces garras de Ava. Mientras iba camino a la residencia de los Aston, su sentimiento de culpa pesaba cada vez más en su alma.¿Cómo se había dejado envolver de esa manera? ¿Por qué se había dejado enceguecer por su amor incondicional a Ava sin poder ver la realidad? La lluvia azotaba el parabrisas como látigos de agua, pero Milton no se detenía. Cada gota parecía una acusación, un recordatorio cruel de su complicidad en aquella pesadilla.Recordaba las palabras de Ava, tan dulces al principio, tan convincentes. Le hablaba de Blake como si fuera una amenaza, un tipo que prácticamente la había torturado. Y él... él había creído todo. Porque quería creerlo. Porque amaba a Ava desde el momento en que la había visto, aunque nunca lo hubiese admitido del todo. La admiraba, la idealizaba, incluso cuando su oscuridad se hizo evi
Apenas escuchó el anuncio del mayordomo, Don Vitale se detuvo en seco. Se giró lentamente clavando la mirada fúrica y atónita sobre el hombre.— ¿Qué dijiste? —preguntó con voz baja, cargada de gravedad.— Que la señora Madelaine, dice saber en donde se encuentra el señor Santino —repitió el hombre, visiblemente nervioso ante la intensidad en los ojos del Don.Carlo Vitale no perdió ni un segundo de tiempo. Caminó con rapidez directamente a su despacho con su hombre de confianza y su consiglieri pisándole los talones.Apenas entró, se dirigió hacia su escritorio y tomó el auricular del teléfono.— ¿Madelaine? —preguntó, como si todavía no creyera que fuese ella la que lo estaba llamando.La joven trataba de calamar su nerviosismo, pero no podía. La necesidad de volver a ver a Blake y tenerlo de nuevo con ella la carcomía. —¿Madelaine? —repitió Don Carlo, con una mezcla de sorpresa y cautela.—Don Vitale... Tío —dijo ella, casi sin aliento—. Tengo información… concreta. Blake está vi
El gran salón de la mansión de los Aston, de repente, se había transformado en un cuartel general de los mafiosos más implacables de Nueva York. Los hombres de confianza de Don Carlo iban llegando, cargando armas, chequeando mapas, hablando en voz baja con rostros graves. La tensión se respiraba como un perfume denso e inevitable. Nadie se reía. Nadie relajaba los hombros.En el centro de todo, Carlo Vitale permanecía de pie junto a la gran mesa de roble, señalando rutas sobre un plano rural extendido. A su lado, su consigliere y su jefe de seguridad, Marco, lo escuchaban con atención férrea.Tenían que ser exactos y fríos para llevar a cabo el ataque. De eso dependía el sacar con vida a Blake de ahí. Así que, tuvo que armarse de paciencia y escuchar el relato y las indicaciones de un aterrado Milton quien, con voz temblorosa trataba de ser lo más preciso posible.—Entraremos por el norte —indicó el Don, marcando con el dedo una curva del camino forestal—. Esta ruta secundaria nos da
El ruido de las ramas secas bajo sus botas parecía atronador en medio del silencio espeso del bosque. El aire estaba cargado de humedad, y apenas se distinguían las siluetas entre los árboles, recortadas por la escasa luz de la luna filtrándose entre las copas.Carlo alzó una mano. Todos se detuvieron.Freddo, que abría camino unos pasos por delante, hizo una seña con los dedos: uno… dos hombres apostados junto a un claro. Apenas visibles, pero ahí estaban, con rifles al hombro, fumando despreocupadamente.— Recuerden muchachos...silenciosos —susurró Carlo, sin necesidad de alzar la voz. Los suyos sabían perfectamente qué quería decir con eso.Marco y otro de los hombres más cercanos se movieron como sombras. Avanzaron entre la maleza con una precisión escalofriante. Uno de los guardias apenas tuvo tiempo de girar la cabeza antes de que un cuchillo le cortara el aliento. El otro se redujo con igual rapidez, su cuerpo cayó al suelo sin un solo grito.Un silencio aún más profundo les en
El galpón se alzaba sombrío entre los árboles, con la madera hinchada por la humedad y una única ventana cubierta con una lona raída. Apenas se mantenía en pie, pero desde su interior se filtraba una luz temblorosa, como de una lámpara de querosén o una vela.Carlo levantó el puño y sus hombres se detuvieron a unos metros de la entrada. Algo se movía adentro. Algo más que simple actividad… era violencia contenida.Marco avanzó con cautela por el costado y asintió. —Hay alguien. O más de uno.Freddo ya tenía su arma en mano, con el dedo firme sobre el gatillo. Maddie intentó adelantarse, pero Carlo la sujetó por el brazo.—Esperá la señal.—No —dijo ella, casi con rabia—. Es Blake.Antes de que pudiera detenerla, Maddie corrió hacia la puerta. Esta no estaba cerrada con llave. La empujó de un golpe, haciendo crujir las bisagras.El interior era oscuro y opresivo, con olor a encierro y a sangre vieja. En el rincón, sobre una manta sucia, estaba Blake. Sus muñecas estaban atadas, el ros