Dimitrios estaba al borde de la locura. Durante días no había comido ni bebido más que café, y su cuerpo ya empezaba a resentirlo, pero su mente no le daba tregua. Las imágenes de Amara y Lia, vulnerables y en manos de Leonidas, lo perseguían día y noche. En cada rincón de su casa, en cada objeto que tocaba, sentía la presencia de Amara como un fantasma que lo atormentaba. Cada segundo que pasaba sin encontrarla lo hacía sentir más impotente, más cerca de perder la razón.
Esa tarde, mientras caminaba por el jardín de su madre, algo hizo clic en su mente. Un recuerdo enterrado, un comentario que alguna vez Leonidas había hecho sobre una finca abandonada que pertenecía a su padre. "Es un lugar perfecto para esconderse si algo sale mal," había dicho en una conversación casual hace años. Dimitrios sintió cómo su corazón se aceleraba. ¿Y si ese era el lugar donde las tenía?
Sin perder tiempo, corrió a su habitación, tomó su teléfono y llamó a la policía, dando la ubicación exacta de la fin