Myriam limpió con el dorso de su mano su llanto, escuchar el dolor de madre e hijo, la hizo reflejarse en el suyo propio.
Helena al ver a su hijo llorar se puso de pie, estuvo tentada a tocarlo, pero no sabía si él iba a aceptar su consuelo. Sabía bien que no le agradaba.
—Ese accidente nos cambió la vida —susurró Helena.
Gerald inspiró profundo.
—Ese maldito día hubiera querido morir —declaró—, darle gusto a Edward, quizás hubiera sido lo mejor, pero sobreviví para escuchar sus reproches, sus reclamos, me culparon sin darme la oportunidad de defenderme —bramó respirando agitado—, hace días lo recordé, y soy inocente, fue Henry el que se golpeó, yo era incapaz —rugió, y le narró a Helena los hechos.
La madre se llevó las manos al rostro, sus piernas flaquearon. Myriam se puso de pie y corrió a sostenerla, la llevó a sentarse a un mueble.
—¿Qué clase de monstruo era Henry? —se cuestionó soltando su llanto desesperado.
—Siempre dudé de la paternidad de mi padre —enfatizó f