5. Alteza

Anastasia sentía que su cabeza daba vueltas, pero solo experimentaba un dolor agudo.

La habían puesto boca abajo y sacudido un poco; sumado a la mala noche que había pasado, eso fue lo que provocó su malestar.

—¿A dónde me llevan? —continuó preguntando, sin haber permanecido callada desde que la sacaron del hotel. Tenía muchas dudas y no se quedaría en silencio, ni aunque la amenazaran para que lo hiciera. —Si saben que esto es secuestro, los demandaré por ello.

Los hombres que viajaban con ella en la camioneta no dijeron nada, hicieron oídos sordos para no caer en sus provocaciones amenazadoras.

De todas formas, nada de lo que dijera se podría cumplir; lo de demandar y decir que fue secuestrada nadie se lo creería, y si así fuera, la ley estaba a favor de la escolta real, cosa que ella todavía no sabía.

—Si no me dicen a dónde me llevarán, juro que abriré esta puerta y me lanzaré, no me importa si me hago daño o muero en mi intento de escape —insistió ella.

Los hombres en la camioneta ignoraron sus provocaciones.

Al darse cuenta de que nada obtendría de ellos, comenzó a tirar de la manija para abrir la puerta, golpeó los botones e incluso le dio patadas; sin embargo, no tuvo éxito.

Lo único que obtuvo fue agitarse.

La escolta tenía bien aseguradas las puertas; hasta los cristales de las ventanas eran difíciles de romper.

Se necesitaba más que unos golpes de una mujer delgada y de estatura mediana como Anastasia.

Furiosa y agotada, se acomodó en el asiento, y cruzó sus brazos mirando fijamente a los hombres de enfrente.

Ella estaba pensando en atacarlos por detrás, tal vez ahorcar al que iba como chófer.

Había visto muchas películas de secuestros y cómo las víctimas escapaban de sus agresores, pero esto era la realidad, no una película.

«¿Y si eso salía mal? Si terminamos estrellándonos o incluso muriendo», ella no se arriesgaría, de ninguna manera.

Debía pensar en algo más antes de que ellos hicieran con ella algo que no quisiera hacer. Mientras el coche avanzaba, ella iba maquinando un plan en su mente.

«En algún momento tendré una oportunidad y ahí es cuando escaparé»

Anastasia observó asombrada el paisaje que se desplegaba ante sus ojos a través de la ventana.

A medida que la camioneta se acercaba, se percató de que se dirigían hacia un palacio.

Sus ojos se abrieron con fascinación al contemplar el imponente edificio real que se alzaba en medio de un terreno abierto y espacioso, rodeado de exuberantes jardines verdes y arbustos bien cuidados.

La estructura imponente del palacio parecía extraída de los relatos de monarquías, reminiscente de los museos que albergaban la rica historia de la realeza y de los que a ella le encantaba investigar.

El vehículo se adentró en el perímetro del palacio, revelando más detalles de su arquitectura majestuosa.

Las torres altas se alzaban hacia el cielo, mientras que las elegantes columnas adornaban la entrada principal.

Anastasia se preguntaba por qué la conducían a este lugar, «¿me van a tiran en un lugar tan bonito?»

El misterio del destino de su viaje la envolvía, y la incertidumbre aumentaba con cada segundo que se acercaban al imponente edificio.

A medida que la camioneta se detenía frente a la entrada principal del palacio, Anastasia no pudo evitar sentir una mezcla de asombro y nerviosismo; más cuando vio escoltas reales resguardo el sitio, con uniformes ingleses.

«¿Qué hacía aquí, para que me han traído?»

Las respuestas a sus preguntas aguardaban tras las puertas del majestuoso palacio, sumiendo a Anastasia en una gran preocupación.

Mientras la camioneta retomaba el rumbo y pasaba la alta verja, Anastasia se sumergió en la intriga.

El vehículo se detuvo luego de rodear unos jardines y el ruido del motor cesó, dejando un silencio expectante en el aire, a excepción del corazón de Anastasia, que latía con fuerza y resonaba claramente.

Los hombres que la habían llevado bajaron y le abrieron la puerta con gestos serios, indicando que descendiera.

Por supuesto, ella dudó unos segundos. Hasta sus planes de escapar se habían esfumado de su mente, no porque hubiera cambiado de opinión, sino porque el bello paisaje la distrajo más de lo debido.

Así que no le quedó más opción que hacer lo que le ordenaron; tampoco podía quedarse en el vehículo.

Cuando bajó, se percató de su entorno, buscó zonas de escape, pero era imposible huir. Había vigilancia por todas partes, guardias de la realeza observando como halcones en sus posiciones asignadas.

«¿Cómo es eso posible?»

Cuando finalmente su cerebro procesó todo, Anastasia emprendió su corrida.

Sin embargo, no logró llegar muy lejos, ni siquiera unos diez pasos, pues la habían atrapado de nuevo.

Comenzó a patalear y gritar para que la soltaran.

—¡Son unos salvajes, suéltenme! —demandó con furia. —¡Los voy a acusar! ¡Esto que hacen conmigo es injusto!

En ese momento, una voz firme y resonante interrumpió los gritos y protestas de Anastasia.

—Bájenla. —ordenó de inmediato esa voz, el silencio regresó. Un hombre elegantemente vestido la esperaba en la entrada, también portaba un uniforme, pero tipo de un mayordomo, ella no supo adivinar con exactitud. —Su alteza se molestará si se entera de cómo la están tratando.

«¿Su alteza?"»

Se preguntó sorprendida Anastasia. Incluso se cuestionaba si había escuchado bien, quizás su mente le estaba jugando una pasada debido a que estaba en un palacio real..

¿Quién era esa persona y por qué había dicho alteza?

Las preguntas se acumulaban en su mente, pero antes de que pudiera formularlas, uno de los guardias la condujo hacia la entrada donde la esperaba ese hombre que mencionaron.

El suelo muy pulido resonaba con cada paso que daba, y las paredes parecían cerrarse sobre ella mientras caminaba, a pesar de que las habitaciones eran amplias y solitarias, lo único que había allí eran muebles, adornos, reliquias y más reliquias, era lo único que llenaba el espacio.

La condujeron hasta una sala enormemente magnífica, con techos altos y detalles intrincados en cada esquina.

El hombre de hace rato atrás, se volvió hacia Anastasia con una ligera inclinación y un gesto serio pero amable.

—Tome asiento —le señaló una de las sillas elegantes que hacía juego con una mesa de té, era redonda en tonos blancos y dorados. —Su alteza no debe tardar en venir. Esperé aquí, por favor.

Una sensación de angustia comenzó a florecer en el corazón de Anastasia.

«¿Por qué seguía pronunciando, alteza? ¿Y a quien se supone que debo esperar?»

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