Hank ya se había acostado con Jessica, y Liberty los había sorprendido en pleno acto. Conociendo la personalidad de esta última, era evidente que no iba a quedarse callada ni hacer como si nada.
Notando que su hijo insistía en divorciarse, la señora Brown le dijo: —Hank, desde que te casaste con Liberty, el que trabaja y pone el dinero eres tú. Ella no ha ganado ni un centavo. Si de verdad se van a divorciar, vayan al registro civil, firman los papeles y que agarre sus cosas y se largue.
—Y que no se lleve nada más.
Ya que el divorcio era un hecho, lo mejor era reducir al mínimo las pérdidas.
—Mamá, no dejar que se lleve nada es imposible. A menos que ella renuncie voluntariamente a todo, no hay forma de dejarla con las manos vacías. Aunque no ha trabajado durante el matrimonio, mis ingresos cuentan como bienes mancomunados. Si ella presenta la demanda, por ley, tengo que darle la mitad.
—Y sobre esta casa... sí, la hipoteca la pagué yo, pero como el dinero viene del ingreso conjunto,