Dalia no se atrevió a decir ni una palabra y subió al coche.
Dos horas más tarde.
Dalia, que había recuperado su papel de hija menor de la familia Nuñez, subió las escaleras y llegó, jadeante, a la puerta de su residencia alquilada.
Sacó la llave y estaba a punto de abrir la puerta cuando la abrió de un tirón desde dentro.
Lo primero que pensó Dalia fue que había un ladrón, coño, cómo iba a ser ella el objetivo de un ladrón siendo tan pobre.
Después de ver claramente que la persona que abrió la puerta era su tía Serafina, Dalia exclamó: —Tía Serafina, ¿por qué estás aquí? ¿Tienes la llave de mi casa?
No recordaba haberle dado la llave a su tía.
Serafina también se sobresaltó y cuando vio claro que era su sobrina la que volvía, le dijo: —Dalia, eres tú, me has dado un susto, ¿por qué has vuelto de repente sin avisarme? Me diste una llave cuando alquilaste la residencia y me pediste que viniera a ayudarte a hacer limpieza. No te la devuelvo todavía.
—¿Dónde has estado estos días? Hace dí