El rostro de Thiago se oscureció.
Casi había creído las palabras de sus dos tías antes y se había vuelto contra su hermana.
Afortunadamente, su sentido de la justicia triunfó sobre el mal y la situación no salió como ellas querían.
Al ver que no podía pedir perdón a Isabela, en realidad alienó su relación con ella.
—Sé muy bien a quién odiar y a quién culpar. Vosotros tenéis la culpa de vuestro destino hoy. Por supuesto, podéis culparme a mí si lo deseáis. No me importa. Simplemente me gusta veros estar en los apuros.
—Lo que no debería ser tuyo. Ni siquiera puedes quitármelo. Si insistes en tomarlo, terminarás así.
A Isabela le resultó aburrida seguir discutiendo con ellas.
También había visto lo que les pasó a sus dos tías.
—Thiago, entremos.
Dijo Isabela, tomando a su hermano y dándose la vuelta para irse.
—¡Isabela, te irás al infierno!
Maldijo Seraphina en voz alta a espaldas de los hermanos.
Isabela caminó hasta la puerta de la casa y ordenó al mayordomo: —Suelta a los dos perros