Capítulo 6
Al dejarla en casa, Dante se dirigió a una pastelería y encargó un pastel de rosas para mí. Era un postre de edición limitada que volaba apenas salía a la venta, siempre con largas filas de clientes esperando su turno.

Esa pastelería pertenecía a la familia de Dante. Recuerdo haberle suplicado muchas veces, con antojo, que usara su influencia para conseguirme uno de esos pasteles. Su respuesta siempre era la misma:

—Eres la futura dueña, Leonor. Da ejemplo y respeta las normas del local.

Me resignaba, hasta que un día encontré a Marta en esa misma pastelería. Tenía frente a ella varias cajas del pastel, y en cada una apenas había mordisqueado la primera capa. Con una sonrisa burlona, me dijo:

—Solo la primera mordida vale la pena.

En ese momento odié a Dante. ¿Cómo alguien puede hacer sentir a su novia tan insignificante?

Y ahora, muerto, lo veo por fin comprándome ese pastel de rosas. Le saqué la lengua, molesta.

—Tarde, Dante. Ahora ya no puedo probarlo, y, francamente, ¡ya no lo qui
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