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Capítulo 5: Las Lágrimas en la Nieve

“Entregarle la Chispa a alguien no solo es la llave para acceder a la magia, sino que si no se hace de forma genuina, se fuerza a alguien a entregarla, se intente sacar o robar; entonces la Chispa se volverá la cerradura que encarcele al infractor en una maldición que lo someterá a sus instintos animales y primitivos”

Fragmento del tema tres de: Unión de Chispas,

Vínculos y Regalos Mágicos entre Almas Heladas.

Por Lady Eira Lindgren.

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Calor, es lo que sentía que le hacía falta. Podía sentir como la temperatura de su cuerpo era mucho menor a la normal y como esta fue disminuyendo mientras pasaban los segundos luego del accidente. Aun así, una vez que su cuerpo acumuló el suficiente calor los parpados de Hakon se abrieron de golpe.

En realidad, hace un rato recuperó su consciencia, solo que se quedó flotando en la inmensidad oscura dentro de su mente. Ese fue el caso hasta que un estímulo externo llegó a uno de sus sentidos y lo hicieron reaccionaran, el sonido de la madera rechinando y el tintineo de algo metálico fueron lo necesario para que abriera los ojos por instinto para saber de qué se trataba.

Al hacerlo el joven noble ya no se encontraba en un paisaje de blanco total y cielo celeste sino que todo era mucho más chiquito, apretado. Le daba la sensación de que la madera de las vigas y el techo se caerían sobre él, pero al menos el calor del lugar era mayor al que uno podría encontrar fuera.

Lo primero con lo que el joven se topó fueron unas figuras a la lejanía, la casa parecía ser pequeña y rectangular, en la puerta de entrada una silueta humanoide y grisácea ingresó a la casa acompañado de un animal. A los ojos de Hakon les tomó un momento acostumbrarse y adaptarse a la luz para verlo con nitidez, a la par la figura se acercó más a él, pareció haber notado que estaba despierto.

Por la incertidumbre y el miedo el noble quiso levantarse y alejarse, quería mantener una distancia segura, solo que eso le fue más inútil con cada acción que intentaba. Quiso apoyar sus brazos en la superficie de madera donde estaba para levantarse y sintió como si gruesas agujas lo atravesaran, eso lo hizo volver a caer de espaldas; cuando intentó hacer fuerza con sus abdominales para pararse estos también le dolieron como si se le desgarraran los músculos.

Entonces todo llegó a su mente, fue como el fuerte impacto de una avalancha de nieve o el golpe de calor que uno siente al entrar en un lugar con fogata. Los recuerdos del accidente atravesaron la cabeza del joven congelándole todo el interior hasta dejarlo como una estatua incapaz de moverse, y con el calor adecuado ese hielo empezó a fracturarse.

Hakon vio que se trataba de un Alvinter, los Elfos del Invierno, las piezas se unieron como en un rompecabezas y sumado al hecho de que había un lobo a su lado el joven supo que él fue quien lo salvó cuando salió disparado de carruaje. Pero el noble no se veía a sí mismo como algo importante, otra cosa más le preocupaba; intentando ignorar el insoportable dolor logró mover su cabeza para ambos lados y analizar el lugar donde se encontraban. Entonces se dio cuenta.

–Mamá, papá. –Se centró en quien lo salvó, no sabía cuánto tiempo llevaba inconsciente pero existía la posibilidad de que ellos se hubieran recuperado antes–. ¿Dónde están? –exigió saber. Hubiera gritado si pudiera.

El Elfo del Invierno se limitó a clavarle la mirada como estacas de hielo. –Yo solo te encontré a ti –dijo sin reparos y directo al grano.

Esas palabras, esas malditas palabras le transmitieron, gracias al viento, el calor necesario para romper el hielo que congeló todo su cuerpo y lo inmovilizaba. Hakon se dejó caer otra vez sobre la superficie de madera donde estaba, la parte trasera de su cabeza chocó con algo suave que él pensó que era una almohada. Se hizo a un costado para mirar a la pared a su lado y se llevó la manta a la cabeza para cubrirse entero, quería desaparecer y reaparecer junto a sus padres. Con cada movimiento el dolor lo hubiera hecho parar, pero ahora había un dolor mucho más grande dentro de él.

Las palabras de ese Elfo fueron como hojas que el viento hace dar vueltas en círculos, giraron en su cabeza un rato hasta que no tuvo más opción que comprenderlas. El accidente del carruaje, solo lo habían encontrado a él. Su rostro se desfiguró en una mueca y las lágrimas no tardaron en salir de sus ojos, sentía que la manta que lo tapaba por completo era como una capsula que separaba todo el mundo de él así que no se contuvo al momento de llorar y gritar. No le importaba que pensara ese Elfo Invernal sobre eso, ya no le importaba nada.

<¿Por qué yo? ¿Por qué no ellos?> que injusto de m****a era el mundo, un desastre total. Sus padres eran buenos nobles que sabían cumplir su labor, él solo era el hijo único que siempre seguía sus órdenes sin dudar ¿Por qué tenía que ser él quien sobreviviera? ¿Por qué?

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Las cejas plateadas sobre los ojos de Kari se fruncieron de la furia cuando ese maldito humano se ocultó dentro de sus sabanas después de verlo, sin embargo, un instante después escuchó los gritos, los lamentos, el llanto. Tan rápido como apareció ese enojo se esfumó, se lo llevó el viento.

<No me esperaba eso> pensó para sí, estaba preocupado porque no sabía cómo reaccionar ante esa situación. Lo único que el campesino hizo fue responderle su pregunta, no entendía porque se puso así de mal al escuchar la respuesta <Apenas lo vi intenté salvarlo y traerlo aquí, no vi a nadie más… pero tampoco los busqué ¿tendría que haberlo hecho?> La primera pregunta que llegaba a su cabeza era un rotundo no, sumar más heridos y seguro en igual gravedad solo habría hecho que fuera imposible salvarlos a todos. En teoría si hay tres vidas en riesgo salvar una es mejor a ninguna, y si se trataba de sus padres a Kari le gustaría pensar que ellos hubieran insistido en que salvara a su hijo. Entonces el resultado es el mismo que ahora.

De todas formas, escuchar ese llanto tan desconsolado le provocaba algo al Elfo Invernal, esos desgarradores gritos a la par que el joven llamaba entre lamentos a unos padres que nunca volverían. Aunque ese joven de cabello rubio ceniza sea un poco más alto ambos tendrían una edad muy similar, solo que ahora la de su paciente se redujo a la de un niño pequeño y desamparado.

Cuando los gritos de auxilio volvieron a escapar a todo pulmón del interior de las mantas el campesino se llevó una mano a la boca <¿Qué debería hacer?>. Él había visto humanos gritar de felicidad (a causa del alcohol normalmente), de emoción, de furia. Pero esto, era un tipo de grito que cada persona suele guardarse para sí misma, que no suele dejarse escuchar por oídos ajenos. Y el campesino empezó a entender el porqué de eso.

Los fuertes llantos de llamar a alguien y no obtener respuestas hicieron que el paciente no se percatara cuando la abuela se asomó en la puerta de su habitación y le hiciera un gesto a Kari para que viniera. Sin pensarlo dos veces él y Magnus, que apareció cuando regresaba, cruzaron el pelaje de yeti que funcionaba como puerta y los dos entraron al cuarto.

–No sé qué hacer. –Fue lo único que le dijo a su abuela desconcertado.

Ella parecía demasiado afligida, de una forma que él no había visto antes ¿podía deberse a que ambos eran humanos? –Para mal no hay nada que hacer –contestó rendida–. Dejemos que se desahogue, que saque todo ese dolor guardado hasta que se calme.

A Kari no pareció gustarle mucho esa idea, en general porque no quería soportar esos gritos. Pero quería pensar que dentro de un rato su garganta se cansaría de gritar.

–¿Pudiste conseguir la medicina? –intentó cambiar el tema la abuela, solo que le era un poco difícil ignorar lo otro por los fuertes sonidos.

Su nieto abrió la bolsa de tela que traía consigo y le mostró. –Así es, tengo el ungüento de Cristalira para sus heridas. –Seguido señaló con la mirada unos frascos de porcelana cerrados–. Y elixir de Laka para que tome. –Levantó la cabeza para mirar en dirección a la puerta–. Pero creo que se nos será un poco difícil darle el tratamiento ahora.

–Tienes razón, si su condición no empeora lo mejora será esperar a que se relaje primero.

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La brisa vespertina se volvió la diurna y ese soplo Kari no salió a cazar, talar o recolectar. Se quedó en casa ayudando a su abuela en diversas tareas. Además, no quería dejarla sola porque a pesar de estar herido no confiaba mucho en este paciente, ese soplo no comieron más que té y pan ya que la fogata estaba al lado de donde estaba su paciente y como se volvió a quedar dormido no querían molestarlo al hacer ruido y que se despertara.

Cuando llegó la brisa nocturna, aunque el cielo seguía brillante y celeste con el sol dando vueltas. Kari se encontraba sentado en un pequeño banquillo de madera, a sus pies Magnus estaba durmiendo y entre sus manos tenía un trozo de madera y un cuchillo. Aun con muchas dificultades él estaba intentando tallar la forma de una persona en la madera, pero no estaba consiguiéndolo.

No iba a rendirse y seguiría intentando, pero ahora tuvo que ponerle una pausa a eso cuando su abuela entró con las cosas que él compró a la tarde. –Creo que lo mejor será aprovechar que está durmiendo para mínimo ponerle el ungüento medicinal.

Con un movimiento de su cabeza Kari aceptó y se puso de pie, su compañero lobuno estaba tan cómodo allí que no se movió para acompañarlo. El Elfo Invernal tomó el frasco de madera y fue a la parte principal de la casa, el viento afuera estaba muy tranquilo y lo único que podía escuchar era el crepitar de la fogata. El ambiente interno de la casa estaba muy relajado pero también llevaba una pesadez densa.

Intentando hacer el menor ruido posible sobre la alfombra el campesino se acercó hasta los dos bancos de madera unidos que se supone eran su cama, ahora como la camilla de su paciente. Por un momento él se quedó viendo el capullo de sabanas de tela y pelaje que lo cubrían y pasado un rato decidió actuar, tomó la sabana desde la punta de la cabeza y la tiró para atrás lentamente para no alertar al paciente dormido.

Una vez que la dejó a la altura de la cintura Kari lo observó, ese humano de piel blanca es un poco más alto que él, pero ahora estaba en una posición fetal con la cabeza pegada a la pared de un lado. Parecía un pobre bebe indefenso y lleno de heridas, su rostro a pesar de dormido transmitía una silenciosa tristeza y pena que podría compadecer a casi cualquier asesino si fuera a matarlo ahora. Sus parpados y mejillas estaban colorados de un tono rojo de tanto llorar y frotarse.

Actuando lento y con precisión el campesino desató unas vendas de su brazo para revelar la herida, esta era como una cicatriz roja y negra que abría su piel y parecía la entrada a un abismo oscuro. Daba la sensación de haber estado sanando un poco pero necesitaba de más ayuda, el Elfo llevó sus dedos hasta el frasco abierto para recoger un poco del ungüento de Cristalira y pasarlo suavemente por la herida.

En un segundo Kari alejó sus dedos cuando el brazo y cabeza del humano se movieron, pero no parecía estar a punto de despertarse. En su lugar el campesino podría haber jurado que aunque pareciera descansar, ese chico seguía llorando por dentro.

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