El día fue perfecto para Sofía y Mateo. Pasearon por las calles, entre risas y charlas que fluían con naturalidad. Ambos parecían disfrutar de la compañía del otro sin que nada interrumpiera el momento. Al pasar por una heladería, Mateo la sorprendió invitándola a un helado. Mientras caminaban por el parque, el sol empezaba a descender lentamente, cubriendo la ciudad con tonos cálidos del atardecer.
Finalmente, en un rincón tranquilo del parque, Mateo tomó valor. Sofía lo observaba con una mezcla de curiosidad y nerviosismo.
—Sofía...—dijo él, con una intensidad en su mirada—, desde la fiesta no he dejado de pensar en ti. No puedo sacarte de mi mente, y cada vez que te veo, esos sentimientos crecen. Quería decírtelo hoy... que me gustas mucho.
Sofía, impactada y sin saber cómo reaccionar, sintió su corazón acelerarse. Sus manos temblaban ligeramente, pero antes de poder responder, Mateo se acercó lentamente y la besó. Sofía, aunque sorprendida, no lo rechazó, y dejó que ese momento pa