43| La semilla.
Analía se arrastró hacia el Alfa. Cuando estuvo con él, le dio una bofetada fuerte y el lobo despertó abriendo sus brillantes ojos rojos. Se desprendió con rapidez de la ropa, y Analía pudo ver cómo tenía la piel quemada.
— Huelo... huelo tu sangre, — dijo Salem, acercándose a ella. Tanteó con las manos el cuerpo de Analía hasta que encontró la astilla clavada en su estómago. — ¡Farid! — llamó al anciano, que se arrastraba detrás del trono. Parecía que también se había quemado parte del rostro.
— Mi Luna, — dijo Farid en cuanto llegó. Salem la cargó en sus brazos.
— Hay que llevarla a la enfermería rápido, — dijo Salem. Analía echó una rápida mirada al resto del Consejo. Los demás ancianos parecían heridos, algunos quemados, pero bien. Barry ayudaba a poner de pie a una de las ancianas.
Salem salió corriendo con Analía. Entraron a una parte del pequeño palacio que ella no conocía. Era amplia, con un salón grande, y cuando cruzaron por una puerta se encontraron con un lugar antisépt