18| Solo rabia.
Salem se había ido furioso a la cama, y Analía sabía que tenía razón.
No bastaba con fingir ser la Luna de la manada; tenía que serlo en verdad.
¿Por qué?
Aún no lo comprendía por completo, pero lo sentía en lo más profundo de su ser.
Salem podía tener razón en cuanto a que ella quería la manada para rescatar a su hermano, pero eso no era todo.
Analía se preocupaba genuinamente por la manada.
Lo había visto en los ojos de los niños que se asomaban por las ventanas a su paso, sus cuerpos delgados y sus miradas llenas de esperanza.
Aquellos que la apoyaban la veían como el cambio que tanto necesitaban, la esperanza de Agnaquela, de la misma manera que ella había visto a su padre antes de que la abandonara cuando era pequeña.
Cada visita mensual a la cabaña de su madre había sido un rayo de esperanza para Analía, esperando que él le dijera que empacara sus cosas porque se iban a casa.
Esa misma esperanza la veía ahora en los rostros de los niños y ancianos de la manada.
Sobreviv