Él aprieta los labios en una fina línea, pero no responde. Sus ojos, oscuros e insondables, parpadean apenas un instante antes de volver a fijarse en ella. Kate lo toma como una confirmación, y la furia le sube por la garganta como una ola incontenible.
–Ella es completamente diferente a ti –su voz vibra entre incredulidad y enojo–. No tienen nada en común. ¿De verdad vas a mirarme a los ojos y decirme que es amor? Porque sé que no lo es. Lo único que los une es lo que ella puede ofrecerte. Su dinero. Su estatus. Su maldita seguridad.
Sus palabras se clavan como dagas en la tensión que los rodea. Él sigue sin hablar, pero la forma en que su mandíbula se tensa la confirma más que cualquier respuesta. Kate da un paso adelante, desafiante.
–Tienes miedo –susurra con una media sonrisa amarga. –Miedo de elegir lo que realmente quieres. Miedo de elegirnos a nosotros.
Su respiración se agita, y por un segundo, cree ver una grieta en su máscara de indiferencia. Pero dura apenas un suspiro ant