Nireya
Llevaba horas practicando, llevando mi cuerpo al límite del agotamiento porque estaba decidida a terminar lo que tenía que hacer.
Todavía recordaba la nota que encontré en el bolsillo que decía que debían traer al niño de la luna para que uno de ellos muriera.
Mi existencia entera era algo con lo que el consejo no dejaba de jugar.
El rostro de Dallor se grabó en mi memoria, su expresión hambrienta en la subasta, y me pregunté si de verdad intentaba protegerme o si esa nota en su libro de contabilidad sobre mantenerme a salvo era solo otra manipulación, porque era lo único que sabían hacer.
—No deberías estar entrenando sola —la voz de William resonó desde la puerta, haciéndome girar con el corazón en un puño—. Sobre todo no a las tres de la mañana, cuando se supone que deberías estar encerrada en tu habitación.
—No puedo quedarme de brazos cruzados mientras la gente planea mi vida sin preguntarme qué quiero —dije, y me temblaban las manos de frustración y miedo, una rabia a pun