Ella sonrió mirando a Mateo con ojos gélidos.
Se decía a sí misma que no importaba. Este matrimonio también le había beneficiado. Pero en realidad estaba herida, siendo solo una herramienta para Mateo. Había cosas que podían quedar implícitas, no necesitaba darles importancia, considerando que ella también había sacado provecho. Pero él insistía en exponer su humillación.
Mateo frunció el ceño y preguntó con tono distante:
— ¿Cuándo fue que te enteraste?
— ¿Importa acaso? —respondió Lucía—. Solo debes saber que lo sé todo y que ya no quiero continuar con este matrimonio.
Mateo la miro mientras sujetaba firmemente su mano, exclamando con severidad:
— ¿Y si yo no deseo dejarte ir que me vas a hacer?
— ¿Cómo así que no deseas? ¿Con qué derecho? —Lucía estaba exaltada—. Estas son tus reglas de juego, las he seguido, he cumplido mi parte, ahora debes dejarme salir. Mateo, no seguiré jugando contigo, ¡y tú tampoco juegues más conmigo!
— Entonces deberías saber que yo decido —los ojos de Mate