Capítulo 5. Antes de él.

Valentina miró al hombre que amablemente se estaba dirigiendo a ella, primero sintió desconfianza, temía que su vida pudiera ir peor de allí, y es que cuando las cosas comienzan a salir mal, desconfías de todo y no esperas nada bueno de nadie. 

Su cuerpo se estremeció producto del frío porque estaba toda mojada y ni siquiera la ropa en la maleta podía usarla porque también estaba en las mismas condiciones o peor que la que cargaba puesta.

—No se preocupe, señorita, no le haré daño —el hombre se quitó el abrigo que cargaba y lo extendió hacia ella—. Por favor, colóqueselo, así evitará un resfriado.

Por leves segundos estuvo tentada a aceptarlo, pero el temor le ganó.

—Muchas gracias, no lo necesito.

Dicho eso salió corriendo, sin mirar atrás, aunque los dientes le castañeaban del frío, nada la detuvo, caminó por varias calles buscando un lugar al que poder entrar, pero todas las puertas estaban cerradas y no había nadie a quien acudir. Se sentó en una esquina y la desesperación se apoderó de ella.

Cerró los ojos con fuerza mientras sus manos se aferraban con convicción a lo único que tenía consigo, su maleta, tenía miedo que pudiera aparecer alguien y arrebatarle lo último que le quedaba. 

Las imágenes de su tierra, sus padres y amigos comenzaron a dar vueltas en su mente, recordando aquellos momentos felices vividos en casa de su familia, y a pesar de haber vivido necesidades en su país, siempre tuvo un sitio donde vivir, pero ahora ni eso, nunca pensó que el sueño de una vida mejor iba a terminar de esa manera para ella.

Cuando consiguió trabajo, pensó que todo estaría bien, pero las cosas habían dado un giro de 180° cambiándole todo de manera abrupta. Observó a su alrededor y vio una especie de almacén que estaba abandonado y se metió allí, no sabía cuántas leyes estaría infringiendo, pero necesitaba un sitio para refugiarse, por lo menos mientras la lluvia seguía cayendo con toda su fuerza.

Cuando entró, el cansancio se apoderó de su cuerpo, al igual que lo había hecho, el frío, la tristeza y segundos después, también el hambre porque escuchó su estómago rugir, haciendo de ese momento más miserable.

Ya no aguantaba, comenzó a llorar silenciosamente, se dejó caer en el piso mientras las lágrimas corrían por sus mejillas sin ninguna contención, nunca se había sentido tan desgraciada; el sueño la venció después de haber pasado toda la noche sin dormir y luego de dos horas se despertó, con mucha más hambre.

—Debo buscar un albergue —se dijo en voz alta.

Decidida salió de allí, cada paso que daba se sentía más débil, comenzó a estornudar y no era para menos, se había mojado y se había secado la ropa en el cuerpo y lo que llegó a continuación no se lo esperó. 

Estaba en uno de los países más seguros del mundo, las probabilidades de ser asaltado eran mínimas, por eso jamás pensó que formaría parte de las estadísticas de los robados, dos hombres se le acercaron, por su aspecto se notaba que no tenían buenas intenciones, estaba consciente que corría peligro, ya había perdido demasiado, sin pensarlo dos veces, decidió correr mientras se aferraba a su cartera y dejaba atrás su valija.

Corrió como si su vida dependiera de ello, sintió que el corazón le latía con fuerza en el pecho y que el miedo le erizaba la piel, había corrido como nunca, hasta que ya cuando estuvo muy lejos se detuvo; sentía que le faltaba el aliento, sus pulmones quemaban y sus lágrimas ardían en el rostro.

Una mujer se acercó y la sostuvo por el brazo, su primera reacción fue asustarse, y pegó un grito que atrajo la mirada de todos a su alrededor.

—Tranquila, no le haré nada… solo quiero ayudarla —pronunció la mujer para calmarla.

—Lo siento… —expresó en un sollozo—, me acaban de robar mi valija… me echaron de donde vivía, pasé la noche en una plaza, tengo hambre, estoy cansada y no tengo a dónde ir —en ese momento volvió a estornudar—. Y como si eso fuera poco, ahora también me resfrié

—Venga, estamos cerca de la iglesia Santa Anna, allí hay un albergue, miremos a ver si hay un refugio para usted… yo siempre ayudo y doy donaciones a esa iglesia, vamos a ver qué podemos hacer por usted.

Ella solo asintió, se dejó llevar porque se sentía demasiado agotada, estaba cansada de luchar, de sufrir, de intentar escapar de su destino.

Llegaron al frente de la iglesia, y la mujer habló con la encargada.

—Señora Carmen, ella es una chica que necesita ayuda —la mujer hizo una pausa—, quizás tenga suficientes personas en el albergue, pero ella le urge un lugar, le hurtaron su maleta, su ropa está mojada, la echaron de donde vivía, por favor ayúdela, aunque sea unos días.

La mujer se quedó por instantes, pensativa, mientras ella permanecía en silencio, su cuerpo comenzó a temblar y cuando la mujer extendió la mano y la colocó en su frente, se dio cuenta que estaba hirviendo.

—Ella necesita ser atendida por un médico —dijo la encargada—. Ayúdeme a llevarla al interior.

Así lo hicieron y enseguida empezaron a atenderla, durante tres días estuvo enferma, pero le fue dada la atención requerida, le consiguieron algunas prendas para vestirse y la alimentaron.

El día que se sintió mejor, habló con la encargada.

—Necesito un lugar para trabajar, debo salir a buscarlo.

—¿Qué te parece si trabajas aquí, tendrás casa, comida y un monto que podrás ir ahorrando para encontrar un lugar mejor ¿Qué dices? ¿Aceptas? —interrogó, sin dejar de observarla y ella asintió feliz, se emocionó tanto que terminó dándole un abrazo a la mujer.

Y ese día empezó a trabajar, se sentía optimista, porque pensaba que las cosas iban a mejorar, a veces se le venían los recuerdos sobre Giovani, pero ella los trataba de alejar, no quería seguir lamiéndose las heridas, ni lamentándose a veces había que pasar la página y continuar, aunque era difícil hacerlo. 

En ese instante, Valentina estaba apoyada en la barandilla del balcón, mirando el sol que se ponía sobre el horizonte en la distancia. Su cabello castaño claro brillaba a la luz del atardecer, y su rostro reflejaba una mezcla de emociones: tranquilidad, alivio. 

Era la primera vez en mucho tiempo que se sentía libre, sin el peso de los problemas y la angustia que había experimentado semanas atrás, ese día había salido y había encontrado un trabajo, y hasta un sitio donde vivir.

Estaba feliz, porque había pasado un mes desde que comenzó a trabajar en el albergue, y por fin había un rayo de esperanza en su vida. Después de un periodo de crisis, las cosas habían mejorado y ya tenía un lugar a donde ir.

Miró a su alrededor, admirando la vista de la ciudad que se extendía a lo lejos. El aire fresco del atardecer le acariciaba la piel, y la luz del sol se reflejaba en los edificios. El sol se estaba poniendo, y pronto la ciudad quedaría sumergida en la oscuridad.

Un suspiro de alivio se escapó de sus labios. Una vez que estuvo segura de que nadie la veía, dejó de lado todos sus pensamientos y se permitió disfrutar del momento. Cerró los ojos y dejó que la brisa la refrescara, calmando su alma.

Otra vez tuvo esa sensación de náuseas y se sintió mareada y con una sensación de vértigo que la obligó a inclinarse, sus mejillas sonrojadas y sus ojos enrojecidos de contenerse, no aguantó más y salió corriendo hacia el baño donde terminó vomitando todo lo que tenía en su estómago.

Al terminar, se enjuagó la boca, se sentía enferma, cansada, aunque trataba de evitarlo, hacia un poco más de una semana que se sentía así y cada día empeoraba más, se recostó de la pared, donde la encontró doña Carmen. 

—¿Estás bien? —le preguntó doña Carmen, la encargada del albergue donde vivía y trabajaba y ella asintió.

Valentina trató de sonreír, de mostrar que estaba bien, pero el cansancio apenas le permitía sostenerse y terminó confesándole la verdad.

—No estoy segura—, murmuro ella, casi para sí misma. 

Se sentía mareada, con náuseas persistentes y cansancio todo el tiempo.

Doña Carmen no dijo nada, solo la miró, pero Valentina supo que comprendía la situación.

—Tienes que checarte con el médico —dijo finalmente, y ella asintió con la cabeza—. No puedes seguir así.

Valentina aceptó su consejo, y juntas salieron del albergue.

—No sé qué tengo —dijo Valentina con voz temblorosa. La molesta sensación en su estómago parecía aumentar con cada paso.

—No te preocupes —respondió doña Carmen, suavizando su tono —Necesitas un chequeo general, eso es todo, vas a estar bien.

Valentina asintió de nuevo y siguió a doña Carmen hasta el centro de salud.

Una vez en el consultorio, Valentina fue examinada por el médico, quien le hizo una serie de preguntas sobre su historial médico, sus síntomas y su estilo de vida. Después le ordenó hacerse análisis de sangre y orina. 

Cuando el resultado llegó, el médico la miró, sorprendido, antes de hablar.

—Siéntate Valentina —dijo con seriedad.

—¿Tengo algo malo doctor? —preguntó aterrada, no podía estar enferma ahora que las cosas le habían empezado a salir mejor, frunció el ceño, confundida, mientras se sentaba, esperando por la noticia.

—Estás embarazada —soltó el doctor.

Valentina miró al médico, sin comprender.

—¿Embarazada? ¿Pero cómo? —preguntó, confundida.

—Esa es una pregunta, debes hacértela tú con la persona que te ha puesto en esta situación— respondió el médico.

Valentina se sentía aturdida. Las preguntas se tambalearon en su mente, mientras sus ojos se llenaban de lágrimas. 

Doña Carmen, que había estado sentada a un lado, se levantó y fue hasta ella, abrazándola con ternura. Valentina sollozó en sus brazos, sin palabras. No podía imaginar lo que vendría después de eso.

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