Capítulo 4. Un salvavidas.

Valentina se quedó estática, una parte de ella quería empujarlo y alejarlo, pero sus labios eran tan dulces, cálidos, que no quería separarse de ellos, notó su calor, su dulzura, y de pronto, sin poder evitarlo, sintió sus labios rozando los suyos, como si la quisiera despertar de un sueño. Ella se estremeció de placer y, por un instante, se sintió transportada a un lugar mágico, lleno de maravillas e imposible de explicar.

No pudo contener un suspiro cuando la boca del hombre se deslizó lentamente por su cuello, bajando hasta su pecho. Sus manos lo acompañaban, acariciándola y haciéndola sentir única y especial.

De pronto se dio cuenta de lo que hacía y lo empujó con fuerza haciéndolo caer a un lado.

—¡¿Qué le pasa?! ¿Cómo se atreve a tocarme de esa manera? 

Se atrevió a mirarlo y casi se desmayó cuando vio el bien torneado cuerpo del hombre, parecía esculpido por los mismísimos dioses del olimpo, su boca quedó seca y tuvo la impresión de que un calor la invadía como si hubiera sido abrazada por densas llamas.

Valentina sintió una explosión de emociones en su interior. Aquella sensación era como ninguna otra que hubiese conocido antes. Jamás había sentido nada semejante, una mezcla de alegría, deseo y amor.

Y entonces supo que aquellas personas que decían que cuando uno se enamora veía estrellitas no estaban inventando. Ella sí las podía ver, todas las estrellas del universo, y era una experiencia única e indescriptible.

Pese a todo lo que estaba sintiendo salió de allí corriendo nerviosa, mientras su corazón palpitaba locamente en su pecho, el resto del día lo pasó en una nube, aunque trataba de controlar sus pensamientos, al final estos terminaban otra vez llevándola a pensar en aquel hombre, hasta varias veces se encontró repitiendo su nombre como tonta.

—Giovani —dijo en tono alto.

Cuando se dio cuenta de que se había marchado se fue a limpiar su habitación, aunque esta vez no estaba, pese a ello no pudo controlar su curiosidad y terminó oliendo su perfume, su ropa, hasta que su conciencia como siempre de agua fiesta, terminó reprendiéndola.

“Eres una perfecta acosadora, si te llegan a ver te despiden o te mandan a la cárcel, o quizás las dos cosas”.

—¡Por Dios! Santa Valentina, ¿Cómo haces para ser tan molesta? —refutó a su conciencia, a la que le había puesto hasta nombre, porque a veces tenía la impresión de que ella se mandaba sola y era una entidad distinta a ella. 

Cuando salió de su trabajo y lo vio salir, sintió su corazón como si un montón de caballos corrieran a todo tropel, las piernas le temblaron como si fueran una sustancia gelatinosa, y no era para menos al ver otra vez ante ella, a semejante monumento de hombre frente a si, mejor que regalo de cumpleaños, que la llegada del Niño Jesús en Navidad, y hasta que comer con la mano.

“Ajá Valentina, ve a ver si te calmas mijita, que no se te vea el desespero, respira profundo y hazte la desinteresada” le dijo su conciencia, mientras veía al hombre con quien había soñado despierta durante todo el día.   

Y su impresión mayor, fue cuando él se le paró enfrente y le detuvo el paso, ella le iba a reclamar, pero al verlo tan imponente, tan hermoso, con esa mirada que le hacía estremecerse desde la coronilla de la cabeza a la punta de los pies, se sintió demasiado débil, y aunque abrió la boca con sorpresa, segundos después terminó cerrándola y toda oposición de su parte llegó a su fin cuando lo escuchó decir.

—Nos volvemos a ver señorita Valentina, pero esta vez no pienso dejar escaparla, solo tiene una alternativa… ¿Se viene conmigo o yo me voy con usted? Solo tiene esas dos opciones —le dijo con voz ronca, haciendo estremecer el cuerpo de Valentina.

Y allí comenzaron a conocerse, entre paseos, comidas, besos y caricias, unos días después terminó entregándose a Giovani, fue su primera vez y fue tan maravilloso que no tuvo duda que sería para toda la vida.

Esa noche, la pasaron juntos los dos jóvenes enamorados, llenos de entusiasmo y energía, alimentando una pasión en sus corazones. En ese instante, los dos supieron que estaban en el lugar correcto. Lentamente, las palabras se desvanecieron entre ellos mientras se entregaban a un largo y acalorado beso. Se perdieron en el momento, tomando la oportunidad para explorar sus cuerpos y emociones.

Sus manos se movían por el cuerpo del otro, descubriendo cada curva y cada rincón. Sus labios se unían y desunían con cada beso, cada vez más profundo y apasionado. Sus cuerpos se movían con la música imaginaria, bailando una danza del amor. Giovani acariciaba el cabello de Valentina, y ella le daba pequeños besos en el cuello.

Valentina se enterneció y el corazón de Giovani se aceleró. Los dos sentían que no había nada más importante en el mundo que el amor que compartían. Lentamente, se despojaron de la ropa, deseosos de unirse en un abrazo completo. Sus cuerpos se fundieron en uno solo y sus almas se unieron bajo un solo latido.

Cada movimiento era una explosión de éxtasis, como si la magia del amor les llevara a una dimensión diferente. El placer de estar juntos era infinito, cada beso más intenso que el anterior. Los dos estaban en la cima del cielo, sin preocuparse por nada más que el amor que compartían.

La luz del sol inició su declinación, pero la pasión de Valentina y Giovani no parecía tener fin.  Se entregaron a los dulces brazos de la pasión, unidos por el amor que los unía. Sus corazones estaban llenos de felicidad y sus almas estaban en paz. El amor había llegado para estar con ellos para siempre. 

Se abrazaron, se besaron, una y otra vez amándose con desconsuelo, como si nada más importara a partir de ese momento, pasaron ese día juntos y en la noche volvieron a amarse, y cuando volvió a amanecer que ella despertó, él ya no estaba, se había ido dejándola sumida en la tristeza y el dolor, pensó que había sido correspondida, pero no fue así… ella solo fue una más seguramente en su larga lista de conquista.

Valentina salió de ese trance, y se dio cuenta de que su rostro estaba bañado en lágrimas, de repente algo empezó a cambiar en el aire. El viento comenzó a soplar con más fuerza, transportando el aroma de las flores recién abiertas. Las estrellas parecían bañadas en una luz dorada. Valentina sintió que su corazón latía con más fuerza.

No se había dado cuenta cuánto tiempo estuvo allí, pero cuando miró a su alrededor, Valentina se dio cuenta de que estaba amaneciendo. Pudo sentir el frescor que se colaba por el tejido de su abrigo.

Una ligera brisa se deslizó entre los árboles, meciéndolos suavemente. La escena era tan encantadora, que la hizo sonreír, aunque no duró mucho, de repente, el aire se volvió eléctrico y Valentina supo que algo iba a suceder. El cielo comenzó a oscurecerse rápidamente y el brillo de la luna se perdió entre las sombras. Una fina lluvia empezó a caer, con un sonido suave, pero constante. 

El cielo parecía haberse vuelto loco. El viento soplaba con fuerza, mezclando la lluvia con el polvo. El aguacero se había convertido en una verdadera tormenta de agua. 

Se abrazó a sí misma, tomó la maleta para correr y buscar un techo para protegerse del temporal, pero fue en vano. El aguacero era tan intenso que el suelo se inundó en pocos minutos, sus pies se hundían en el barro.

Valentina se sentía impotente, la fuerza del aguacero, el ruido del viento, la luz de los relámpagos y el sonido de la lluvia le demostraban que no había nada mejor para ella, llevó sus manos a sus oídos, tratando de acallar el sonido de los truenos, mientras sus lágrimas se confundían con la lluvia.

Comenzó a gritar desde lo más profundo de sus entrañas, tratando de liberar todo el dolor, la tristeza y la desesperación de su alma, durante unos momentos, sintió una extraña sensación en su interior, no sabía por qué todo parecía salirle mal, entendió que era cierto, a veces la vida va sobre ruedas, pero llega un momento que una sola mala decisión hace que todos tus sueños se derrumben cuan castillo de naipes.

Corrió bajo el aguacero, desafiando la fuerza de la lluvia, mirando al cielo suplicando que ya parara todo eso que le ocurría, se metió debajo de un techo y se dejó caer de rodillas, no supo cuánto tiempo estuvo allí hasta que segundos después un hombre se le acercó, le puso la mano en el hombro y le preguntó.

—¿Necesita ayuda? ¿Puedo ayudarla?

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