La oscuridad de Marsella era densa, llena de nervios. La brisa húmeda del puerto se combinaba con la emoción que recorría los cuerpos de los agentes encubiertos posicionados en torno a la vieja zona industrial. Aunque parecía un lugar desierto, en su interior se escondía una de las células más cruciales del Círculo de la Serpiente. Elías había dado la instrucción: nadie sobreviviría a menos que se entregara.

Los grupos estaban listos. Europol, la Guardia Civil, la inteligencia mexicana y los equipos de Elías estaban en posición. Draco, como siempre, se encontraba a su lado derecho.

—Iniciaremos en cinco minutos —murmuró Draco a través del comunicador—. Todos los accesos están asegurados.

Elías respondió con un leve asentimiento. Su rostro expresaba una seriedad imperturbable. Su meta no era solo desmantelar esa instalación, sino también rescatar a las mujeres que, según los informes, habían sido llevadas allí para ser vendidas o ejecutadas.

Cuando el reloj marcó la hora acordada, come