CARIXIS: UN ROMANCE EN LAS ESTRELLAS
CARIXIS: UN ROMANCE EN LAS ESTRELLAS
Por: Demian Faust
CAPÍTULO I LA CONJURA EN LAS ESTRELLAS

Planeta Carlagia.

Provincia del Imperio Xirgón.

Día 7, mes 13 del año 2100 D.A.[1]

 Un desolado paisaje de seca lobreguez se extendía a lo largo del Planeta Carlagia. Este mundo era una tierra desértica, donde unos cuantos peñascos que se erguían entre el arenoso suelo cual dólmenes olvidados, sobresalían entre las infinitas dunas de un océano de arena. Dos soles incandescentes brillaban refulgentes cocinando con sus rayos inclementes la azotada tierra. Los vientos –calurosos como todo lo de este planeta infértil y tortuoso— se removían siseantes en medio de las infinitas arenas.

 Pero en medio de este ambiente desesperado, una civilización se las arregló para sobrevivir. Los brakioneses vestían túnicas que les cubrían todo el cuerpo, incluyendo una capucha sobre la cabeza. Y un turbante que les ocultaba toda la cara salvo los dos ojos de color amarillo sin pupila. Sus manos de largos dedos delgados eran de piel callosa y muy gruesa, de color marrón. Remontaban las arenas del desierto sobre iguanas domesticadas de unos cinco metros de diámetro.

 Los brakioneses eran un pueblo silencioso y curtido. Por cientos de miles de años sobrevivieron en un ambiente ingrato y adverso para la vida, donde sólo los más fuertes prolongan su existencia. Las guerras entre tribus eran sangrientas e inclementes. De un pozo de agua dependía la vida, y podían realizarse confrontaciones repletas de salvajismo, extendiéndose por generación en generación hasta remontarse a oscuros comienzos que nadie recordaba. Pero también de la clemencia y la hospitalidad dependía la supervivencia, y a su estricto sistema legal se incluían castigos como la muerte por romper su palabra, su honor o su hospitalidad con el necesitado.

 Cuando se asentaban en sus campamentos en el desierto, generalmente aprovechando las esporádicas sombras de los pedregosos monolitos, erguían tiendas confeccionadas por piel y huesos de iguana. Extraían el agua de los monolitos pedregosos, de pequeños pozos en la arena, de ciertos tipos de plantas, y de la sangre de los animales y las personas muertas.

 En el campamento donde una tribu de brakioneses nómadas se había asentado momentáneamente, varias docenas de hombres y mujeres se dedicaban al comercio, a la conversación y a alimentarse. Los niños jugaban despreocupadamente, y los ancianos se sentaban a realizar extensas conversaciones.

 En medio de esta escena tradicional, un aeromóvil se acercó sobrevolando las arenas del desierto. El vehículo estaba tripulado por dos personas; un hombre humano y una mujer soth, cuyas especies son rara vez vistas en estas tierras inhóspitas.

El aeromóvil aterrizó sobre la arena, provocando que los aguerridos hombres brakioneses apuntaran desconfiadamente sus rifles láser, cuyo cañón metálico plateado resplandeció por efecto de la luz solar. Rupert y su acompañante descendieron del transporte. Rupert era n hombre de 33 años, de metro setenta y cinco, piel morena, cabello y ojos castaños, de rostro amigable y hoyuelos en las mejillas. En ese momento vestía una chaqueta y una camiseta fresca, así como un pantalón de colores opacos. Su acompañante, la mujer soth, era una hermosa mujer, de figura esbelta, piel muy blanca, ojos amarillos de pupila felina, orejas puntiagudas, cabello con mechones blancos y negros. Vestía totalmente de ropa negra satinada, una chaqueta, una camiseta, pantalón y botas. Se colocó unos anteojos oscuros para protegerse de los soles.

 —¿Qué los trae a nuestros dominios, humano? –le preguntó el líder de los brakioneses hablando en lengua valtárico. Un anciano que caminaba con la ayuda de un bastón de madera.

 —Ashalam fallashi watahud Alhamedh Kahalahi. Presentamos nuestros respetos, Gran Jeque. –Respondió Rupert en carlagiano. –Washig habal mehamed Rupert Corrado, ahud mahävi sawarí Kriggs, mohad Kahum Sawëhub Nahazätem. Soy el gobernador Rupert Corrado, y ella es la agente Kriggs, de la Afiliación Democrática de Planetas.

 —Kahub... Pasen... –respondió el Jeque señalando hacia su tienda.

 —¿Qué tal es mi carlagiano? –preguntó Rupert a Kriggs mientras penetraban en la tienda.

 —Pésimo, tu acento humano es demasiado marcado. –Le respondió su acompañante.

 Adentrándose en la espaciosa tienda del Jeque, fueron en todo momento escoltados por los recelosos brakioneses armados. Se sentaron en los espaciosos almohadones.

 —Mejor hablemos valtárico, Gobernador –solicitó el Jeque sentándose— evidentemente usted no domina bien la pronunciación de nuestra lengua.

 —Te lo dije –le susurró Kriggs a Rupert.

 —No es normal que un político afiliado de tan alto nivel se tome la molestia de venir hasta acá. –Comentó el anciano.

 —No soy un político tradicional. –Respondió Rupert. –Mi acompañante, la agente Kriggs es una experimentada agente de la Inteligencia. Como usted debe saber, la Afiliación simpatiza con la causa del pueblo carlagiano, y estamos deseosos de ver este mundo libre. Es por ello, que después de arduas labores de espionaje, conseguimos esto...

 Kriggs extrajo de su chaqueta un CD láser, que mostró sonriente al Jeque.

 —Este disco láser contiene información estratégica de la Guardia Imperial Xirgona –aseguró Kriggs— códigos de acceso, ubicación de naves, capacidad militar, claves para arsenales...

 —¿Y nos lo dará... sin pedir nada a cambio? –preguntó el Jeque.

 —Sí... –respondió Rupert— los xirgones son nuestros rivales en la Galaxia. La cooperación es lógica.

 —Que el Universo lo bendiga, Gobernador. Y a su mujer. Por favor disfruten de la hospitalidad de mi tribu mientras los acompañamos a su destino... –el Jeque removió su turbante de la cara, mostrando rasgos de primate, pero de una piel muy gruesa, carente de todo cabello.

 Esa noche, la tribu celebró con bailes y música. Ritmos exóticos iluminados por una fogata, durante la fría noche del desierto carlagiano, bajo la luz de siete lunas. Los brakioneses eran unas 30 familias, con niños y niñas pequeñas, jóvenes, adultos y ancianos.

 —No soy tu mujer... Rupert –le recriminó esa noche Kriggs al calor de la fogata.

 —La carlagiana es una cultura bastante patriarcal, Kriggs –respondió Rupert, y mordió un pedazo de lagartija frita que habían cocinado los brakioneses. –Sabe bien, es algo salada, pero sabrosa. ¿Quieres Kriggs?

 —Estos escorpiones fritos me gustan más... son más crujientes.

 —¿Por cuánto tiempo nos quedaremos con los brakioneses, Kriggs? Por más que disfruto su hospitalidad, ellos evolucionaron aquí, nosotros no. Los brakioneses requieren beber menos agua que nosotros y soportan temperaturas mucho más altas que tu especie y la mía.

 —Sólo nos quedaremos un poco más, Rupert. Debemos dejar el aeromóvil aquí para que no  nos rastreen. Necesitamos que ellos nos lleven seguros hasta la ciudad de Akhadasha.

 —Nuestro mundo no ha conocido la libertad en miles de años –dijo el anciano Jeque acercándose a Rupert y Kriggs. –Desde que el Imperio Valtárico gobernaba sobre cientos de planetas. Sin embargo, los designios del Universo son en si mismos perfectos.

 —Las luchas internas entre tribus carlagianas debilitan la resistencia, Jeque –comentó Rupert.

 —Ahab mahavi kas hatob. Abuelo, cuéntame una historia. –Dijo una niña carlagiana acercándose al Jeque.

 —Duwahib, nieta mía. Te he dicho que hables en valtárico cuando haya extranjeros cerca. Es mala educación no hacerlo.

 —Perdón. Cuéntame la historia de la Guerra Cósmica...

 —¿De nuevo? –la niña asintió— bien. Hace miles de años, muchos, muchos eones en el pasado. Cuando el Universo era joven y el tiempo estaba naciendo. El Universo creó a los primeros seres inteligentes. Las primeras almas. Seres inmortales de poder enorme, absoluto, llamados los Primarios. Siendo los Siete Primeros, los más fuertes y sabios. Eran gobernados por Atrón, el rey de todos. Atrón gobernaba sobre todas las galaxias, planetas y dimensiones que estaban conectadas por los Portales.

 >>Hasta que uno de los Siete Primeros, llamado Sáetor, se volvió ambicioso. Enroló a otros Primarios como él, y asesinaron a Atrón. Estos dioses malignos, del Abismo, llamados los Abismales, gobernaron el Universo durante todo un eón. Hasta que un Primario muy hermoso y sabio, llamado Bella Luz, revive a Atrón, y juntos, los Primarios comienzan una guerra cósmica que dura muchos miles de años. Dicen que civilizaciones enteras nacieron y se destruyeron durante el lapso que tomó la guerra. Derrotan a los Abismales y los aprisionan en diversos lugares insondables. Sáetor es atrapado en el Abismo Infinito más allá de las estrellas, donde se convierte en un monstruoso espíritu llamado el Orm Infernal. Y todos los Portales se cerraron. Sin embargo, los Abismales crearon al Planeta Oscuro, —el Jeque susurró en voz baja el nombre del Planeta Oscuro, como era tradicional entre muchos debido al temor que su sola mención generaba. —Un mundo repleto de tinieblas y habitado por abominables monstruosidades abortadas del infierno. El Planeta Oscuro ha intentado conquistar nuestra Galaxia muchas veces, pero siempre es derrotado.

 >>La leyenda dice que los Abismales desean liberarse de nuevo, y volver a regir el Universo. Y que cuando la Alineación de las Estrellas sea propicia, serán desencadenados. Sin embargo, si somos buenos, y seguimos las leyes del Universo, Lo adoramos y Lo amamos, y amamos a los demás... los Abismales se mantendrán a raya. Ahora vete a jugar y déjame seguir conversando con el Gobernador.

 —Habla muy bien valtárico para su edad –dijo Rupert— yo apenas hablaba español, mi lengua natal, a su edad.

 A la mañana siguiente, Kriggs despertó muy temprano por el ajetreo afuera de su tienda. Estaba llena de arena. Despertó a Rupert que estaba a su lado. Ambos salieron y observaron la caravana empacando sobre los reptiles para irse.

 Cabalgaron bajo los candentes soles por toda la mañana. Durante un tiempo no hubo ajetreo fuera de la normal. Enfrentaron a uno de los temibles escorpiones gigantes de diez metros que habitan escondidos en las arenas y en los acantilados. Otrora fue la peor amenaza para los brakioneses, pero actualmente los abatían fácilmente con sus láseres, y su especie languidecía en peligro de extinción. Tras matar al monstruo, prosiguieron su larga y lenta marcha.

 —Usted es soth, ¿verdad? –le preguntó un joven carlagiano de unos 15 años a Kriggs.

 —Sí.

 —¿Qué se siente ser mitad máquina?

 —No lo sé. ¿Qué se siente no serlo?

 Un disparo láser atravesó las dunas del desierto hasta impactar el pecho del joven quinceañero que hablaba con Kriggs. El cuerpo salpicó sangre verde por doquier, impregnando a Kriggs, y cayó inerte al suelo arenoso.

 Todos los brakioneses comenzaron a disparar con sus rifles láser contra la tropa de soldados xirgones que les caía encima. Uno a uno los brakioneses iban cayendo al suelo, abatidos por armas láser. Naves xirgonas –de color verde con cuatro alerones en forma de equis— sobrevolaron el árido suelo disparando cañones de fotones que despacharon a muchos brakioneses en medio de nubes de arena.

 Kriggs disparó su pistola láser al tiempo que ella y Rupert se refugiaban detrás del cadáver de un reptil muerto. La batalla no tardó mucho. La mayoría de los brakioneses incluyendo al Jeque fueron asesinados. Pronto, unos soldados en uniformes rojos con cascos que cubrían sus cabezas, llegaron hasta donde la pareja afiliada y los encañonaron.

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