I

Planet riptaria

Territorio de la Alianza Valtárica.

 Hubo una vez, hace cientos de miles de años, que el Planeta Riptaria estuvo habitado por una refinada civilización. Sin embargo, la obra de la Oscuridad extendió sus garras letales sobre el planeta, y actualmente lucía un paisaje devastado. Era un planeta muerto, sin vida. Las bajas temperaturas generaban un cielo gris, totalmente cubierto por sempiternos nubarrones, de los cuales brotaban gruesas nevadas constantemente. El suelo, siempre cubierto por nieve y hielo, era difícil de caminar. Entre los largos e inhóspitos páramos congelados, con altas montañas totalmente cubiertas por el hielo y la muerte helada, se observaba un magnánimo castillo edificado hacía muchas eras. El castillo estaba conformado por altas torres y atalayas. Con largos muros y picudos techos. Una entrada enorme y lúgubre se situaba en el centro de los gigantescos paredones ciclópeos de la atávica construcción.

 Una nutrida tropa de caballeros valtáricos se encaminaba en medio de los gélidos torbellinos de fríos vientos y copos de nieve.

 Los valtáricos tenían pieles azules, con orejas puntiagudas y ojos de pupilas verdes. Sus largos cabellos eran blancos. Su estatura generalmente oscilaba entre el metro 80 y más de dos metros. Un par de alas de piel similares a alerones de pterodáctilo brotaban de sus espaldas pero los mantenían replegados contra la espalda la mayor parte del tiempo. Vestían largas túnicas blancas, con amplias hombreras, capas y batas sobre las túnicas. Generalmente usaban medallones con un sol colgándoles del cuello. La tropa era de aguerridos caballeros de la Orden de Caballería Valtárica, que usaban espadas quálticas (espadas blancas y cristalinas), adornadas con runas valtáricas, reposando en las vainas de sus espaldas.

 La tropa estaba conformada por hombres y mujeres, unos 30 en total, liderados por un Maese de mirada penetrante.

 Llegaron a la entrada del Castillo. El plateado edificio contenía un poder particular, místico y ancestral.

 —¿Cómo entraremos, Maese Lothar? –preguntó una joven caballera al líder.

 —Con magia valtárica –dijo Lothar.

 Lothar repitió unas encantaciones mágicas en lengua riptariana. La puerta del Castillo de Cristal se abrió autómatamente.

 Caminando por entre los laberínticos pasillos del viejo edificio, ilumiandos por la luz que emitían sus espadas quálticas, quizás por el aprensivo temor que inspiraba el ambiente, aún en los corazones de valientes guerreros, los valtáricos comenzaron a hacer conversación.

 —Este planeta, Riptaria, ha estado muerto por cientos de miles de años, y aún descubrimos secretos nuevos... –comentó un tosco caballero.

 —En efecto, Cathras. –Fue la respuesta de Lothar. –Pero este Castillo siempre estuvo allí, sólo fue necesario que descifráramos el código de su vibración para hacerlo visible y tangible. La tecnología riptariana era muy superior. Este castillo perfectamente tendrá unos 500.000 años de antigüedad...

 Llegaron a un salón gigantesco, redondo, donde el altísimo techo era sostenido por columnas cristalinas. En el centro del salón reposaba un pedestal, y sobre el cual se encontraba incrustada una esfera de tamaño mediano, dorada y brillante.

 —La leyenda es cierta –dijo la joven— existe la Reliquia.

 —Una Esfera Solar –dijo Lothar observándola hasta que su rostro se vio iluminado por una luz dorada. –Hace cientos de miles de años los Primarios crearon estas reliquias. Contienen el poder y la energía de estrellas enteras contenidas en un envase pequeño. Siete Esferas Solares que estuvieron bajo nuestro dominio por miles de años, hasta que el Planeta Oscuro las ambicionó. Cuando terminó la pasada Gran Guerra las esferas se dispersaron. Una quedó en nuestra posesión, otra pasó a los afiliados, otra a los xirgones y una más a las abominables garras del Planeta Oscuro. Tres están perdidas... bueno, salvo está que acabamos de encontrar.

 —Con esta esfera –dijo relamiéndose ambiciosamente Cathras— la Alianza Valtárica recuperará su antigua gloria y podremos volver a conquistar la Galaxia como lo hicimos hasta hace mil años. Con dos Esferas Solares seremos invencibles...

 —Tus pensamientos son egoístas y militaristas, Cathras –reprendió Lothar— esta gema sagrada, parte de la corona de Bella Luz, es para fines superiores. Nuestro pueblo ya una vez gobernó la Galaxia, y nos probamos indignos de dicha tarea. Que esta esfera nos permita llevar paz y libertad a todos los pueblos galácticos... En este preciso momento, el Planeta Oscuro, ese infierno en el Universo, esa pesadilla repleta de maldad y abominación, está creciendo en poder y peligrosidad. Puedo sentir a las hordas de soldados oscuros monstruosos incrementando en número y rabia. Puede percibir los malévolos planes que urden los señores y los generales de las Legiones Oscuras. La última guerra contra el Planeta Oscuro casi la perdimos. Sólo unidos todos los pueblos de la Galaxia podremos hacer frente a esta insondable amenaza...

 Pero Cathras, imbuido de impaciencia, aferró la esfera con sus manos intentando removerla. Un relámpago de electricidad letal brotó de la piedra preciosa, generando alaridos estentóreos en Cathras, y llevándole a una muerte segura, en medio de convulsiones y humo. El cuerpo muerto y semicalcinado de Cathras sonó estruendosamente al caer al suelo.

 —Hijos del Iluminado, no están aún listos para tener esta Reliquia... –dijo una voz portentosa desde el otro lado de la habitación que hablaba en perfecto valtárico. De entre las sombras apenas iluminadas por las espadas quálticas, surgen tres figuras. Como por orden de las cuales, las luces escondidas en el salón se encienden en su totalidad, iluminando completamente el lugar.

 Las tres figuras eran bastante enigmáticas. En el centro estaba un hombre fornido, de larga barba gris, sin su ojo izquierdo. Lo cubría una capa con capucha. Vestía una túnica escarlata. A su derecha una mujer muy hermosa, de largos cabellos azules y lacios que le cubrían el ojo izquierdo. Su ojo derecho, de color oscuro, estaba decorado por un maquillaje púrpura. Vestía una blusa de tirantes escotada, que dejaba expuesto su vientre y sus hombros. Sobre las caderas reposaba una tela blanca que dejaba al descubierto la pierna derecha.

 A la izquierda del hombre se encontraba un ser andrógino, cubierto por una túnica sacerdotal negra, pero cuyos rasgos afinados, ojos azules y cabellos rubios rizados daban un aspecto muy agraciado. Los tres tenían la piel dorada que brillaba con un resplandor especial.

 —¡Primarios! –exclamó Lothar. —¿Quiénes son ustedes?

 —Soy Atrón, el Padre de Todos –dijo el hombre del centro, con una voz rígida y profunda— Rey de los Dioses Primarios. Ellos son Ishtar –dijo señalando a la mujer— la Diosa Madre, la Reina de los Cielos. Y él es Bella Luz, el Maestro y Portador de la Sabiduría. Tu pueblo, Maese Lothar, no está aún preparado para obtener la gracia de los Primarios. No hemos olvidado su titánica rebelión.

 —Pasó hace mucho tiempo –dijo Lothar, más para si mismo.

 —Tu pueblo ambicionó demasiado, Lothar –le dijo la mujer— quiso ser como nosotros los dioses... Pero no pudieron... Ahora acepten su maldición.

 —Sólo el Gran Iluminado Valthor merece culto y adoración –espetó la joven valtárica— él y sus representantes. Todos los dioses son como polvo a los pies del Gran Iluminado...

 —Silencio Valtris –reprendió Lothar a la joven. –Esta esfera nos pertenece...

 —Es de mi corona –dijo Bella Luz con una voz suave y melodiosa, acercándose a Lothar— y se la daré a quien yo quiera. Observo en tus ojos la sabiduría mágica, Lothar. Eres un mago guardián verdad...

 —Sí –respondió Lothar— mago de la Logia Guardiana de Valtaris.

 —Dime, mago guardián, ¿qué es la magia?

 —Magia es la sangre del cosmos. Lo que mantiene unidos los átomos, lo que hace que las estrellas se enciendan y que la vida sea.

 —¡Excelente! Me siento tentado a darle la esfera...

 —No, Bella Luz –dijo con voz de regaño Atrón— no aún. ¿Tienen idea del poder que encierran estas Esferas? Cuando el Universo era gobernado por malignos demonios fuimos nosotros los que usamos estas Esferas para liberarlo. Estas Esferas contienen la luz depositada en el Talismán de Azathoth durante los tiempos del Antiguo Universo. Hace miles de eones, antes del Big Bang que ustedes conocen, y que creó este Universo. Antes de que nosotros los Primarios existiéramos, durante los tiempos del Universo que precedió a éste; el Antiguo Universo, temibles deidades oscuras gobernaban. Crearon un Talismán tan poderoso que destruyó su Universo. De la destrucción del Antiguo Universo nace el nuestro. Sólo el dios loco Azathoth, que mora en el centro del caos más allá de las estrellas sobrevivió la destrucción del Antiguo Universo. Nosotros trajimos la luz del Talismán de Azathoth (resguardado en otra dimensión) y con dicha magia creamos estas poderosas armas contra la Oscuridad Abismal...

 —Vendrá el día, —dijo Ishtar a Lothar— en que tu pueblo podrá redimirse por la afrenta acometida por sus ancestros rebeldes.

 —Pero por hoy –dijo Bella Luz alejándose de Lothar tras guiñarle el ojo— y a pesar de las réplicas de nuestro querido Atrón (quien a veces se vuelve engreído por gobernar el Cosmos), te dejaré un consejo, Lothar. La Alineación está cerca. Las estrellas pronto serán propicias para que las cadenas que retienen a los moradores del Abismo Infinito se rompan. La clave para evitar que el Cosmos sea devorado por estos monstruos, está guardada en la tercera profecía de los Pergaminos Akashianos. Descífrala y evitarás el fin de este Universo.

 —Suficiente –dijo Atrón rotundamente. –Ahora salgan de este castillo. No los dejaremos sondear sus secretos.

 —No nos iremos –dijo Lothar.

 —Bien, será su muerte entonces... –dijo Atrón y desapareció en medio de ases de luz. Le siguió Ishtar y por último Bella Luz con una amplia sonrisa.

 De entre las recónditas entrañas del castillo surgieron los escalofriantes gruñidos de un ser monstruoso. Hasta el salón llegó una especie de criatura de cuatro metros, antropoide pero con rostro de reptil. Todo su cuerpo era una colección de púas y escamas. Rugía feroz y aterradoramente, y de un solo zarpazo asesinó a dos valtáricos.

 —¿Qué es está criatura, Maese Lothar?

 —Un demonio de la antigüedad –explicó Lothar con voz críptica— un ser de una especie extinta hace cientos de eones, durante el amanecer del Universo cuando la Galaxia era aún joven. Su planeta se llamaba Valushia, y su rey era llamado Seth. Su especie fue feroz y sangrienta y sumió de tinieblas el Cosmos, hasta que los akashianos los exterminaron a todos... menos a este, aparentemente.

 Lothar y los demás intentaron hacer frente al monstruoso ser. Sus espadas eran capaces de disparar láseres. Sin embargo, el ser tenía una piel resistente al láser y al filo de las espadas quálticas.

 Sólo tres valtáricos saldrían vivos del Castillo, uno de ellos sería Lothar.

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