CAPÍTULO III: CAFÉ CON LECHE

La mañana siguiente Theo se apresuró por ser el primero en llegar al sitio donde tenía una cita con este chico que nunca había visto. Caminó rápidamente hasta llegar al local donde estaba Tequiloco y se sentó en las sillas de aluminio acompañadas de mesas altas.

—Genial. ¡Llegué primero! —se dice a sí mismo Theo.

El negocio donde vendían café, snacks u otras delicateces estaba poco concurrido aunque la parte de adentro tenía una fila de personas que esperaban hacer su orden. La mayoría de estos eran hombres de trajes con periódicos bajo el brazo.

Al costado de Theo estaba una pareja de sexagenarios hablando de los viajes de sus nietos y una futura reunión de los mismos.

Aquel agitado joven escucha la conversación de los abuelos mientras saca un pañuelo de su bolsa para limpiarse el sudor de la frente. Su situación convulsiva se debía a que prácticamente corrió desde la parada de autobuses para llegar antes al café, aunque no había hora estipulada ni mucho menos un contacto telefónico.

Por ende, mientras recobraba el aliento sacó del bolsillo de su pantalón un empaque de chicles para llevarse uno a la boca. Se sintió descansado, su respiración cobró la normalidad y su postura inquieta se fijó por un momento. Se peinó el cabello con los dedos, se levantó de la silla acomodando su pantalón beige de vestir que hacía juego con su suéter tejido verde aguamarina.

Entró al sitio, pidió un café negro y medio limón. El no desayunar le empezaba a pasar factura porque su estómago estaba a punto de dar un concierto. Así que también solicitó un pedazo de pastel que reposaba sobre el mostrador.

—Ahorita te lo llevo —dijo la señorita que le atendió.

—Gracias —soltó Theo tras guardas las monedas del cambio en su bolsillo y volverse hasta la mesa donde estaba sentado.

Alcanzó el envase de agua que tenía en su mochila, lo destapó y bebió gran cantidad. Lo dejó sobre la mesa y sacó su teléfono, esperando que ocurriera el milagro que Adén encontrara de la nada su número telefónico, pero nada, no había notificación ni señal alguna.

Por su parte, Adén estaban en su apartamento tratando de decidir qué ponerse. Sobre su cama había una montaña bestial de ropa. Él en calzoncillos quitándose una y otra vez las prendas de su cuerpo moreno. Revisó la hora y descubrió que se le había hecho tarde, pues sabía que aproximadamente a las nueve Theo estaría llegando al centro comercial.

No obstante, Theo tenía ya rato en el lugar acordado.

De la nada, Adén agarra el blue jean que estaba sobre una silla, mismo que tenía una abertura deshilachada en la rodilla. Se puso una franela sin estampado de color gris que hacía juego con sus botas deportivas. Sin decir una palabra sale de su casa, se despide de su madre con un gesto y agarra las llaves en conjunto a su teléfono tanto como su billetera.

Esperando el ascensor se metió los objetos en los bolsillos del pantalón, menos las llaves que agitaba de lado a lado con el dedo índice.

Al salir de su complejo alzó la mano para frenar en taxi y se montó en él, le dio la dirección al chófer. Este animado le empieza a contar la historia más triste e irrelevante sobre su esposa con ataques de ira. Adén, sin prestarle atención y respondiendo con monosílabos le muestra su cara de preocupación, y el chofer de vientre abultado decide dejar de contar sus desgracias.

Al llegar al Tequiloco ve que Theo ya estaba allí con un café terminado y un plato con restos de pastel.

—¡No me esperaste! —reprochó Adén.

—¡Por favor! No quites la cara de felicidad que traías al verme —indicó sarcástico Theo.

Ambos parecían niños jugando a tener la razón, eran tan adorables que se volvían torpes intentando ocultar la emoción que les producía aquello.

—La espera me produce ansiedad y la ansiedad me da hambre —dijo Theo.

—¡Espera! —vociferó Adén mientras se sentaba en las sillas de aluminio al frente de Theo—. Estás diciendo que… ¿Estabas nervioso por verme?

—Eh… —balbuceó Theo apenado.

—No tienes que aceptarlo, mi querido amigo. Pero creo que es muy temprano para que confieses que estás enamorado de mí.

Adén veía la incomodidad de Theo, aprovechando esto hacia comentarios sarcásticos mientras lo miraba de forma pícara que en vez de incomodarse la situación se convertiría en contrapunteo en cualquier momento. No obstante, el experto en redacción se perdió por un momento en sus pensamientos.

—¿Se me notará mucho que me gusta? O al menos me llama la atención. No sé cómo tratar estas situaciones. ¿Qué debo hacer? —pensó.

—Tierra llamando a Theo —dijo Adén chasqueando sus dedos en el rostro de su compañero.

—Disculpa —asintió Theo.

—Descuida. ¿Te pasa algo?

—Ehh… No

—Si te ofende alguno de mis comentarios lo puedes decir.

—No, no es eso —repuso Theo mirando hacia abajo.

—Entonces… ¿Qué es?

—No sé, es extraña esta situación. Ayer a esta hora no te conocía y hoy estamos desayunando juntos, o bueno, eso vamos hacer.

—¡Verdad! —exclamó Adén parándose de la silla—. Voy por dos cafés, el mío con leche ¿Tú lo quieres con limón no?

Yendo al umbral del local se regresó, volvió para decirle: “No creas que esta conversación ha terminado”.

Después de hacer una fila de dos personas y pedir sus cosas, él mismo se encargó de llevar la bandeja con las dos tazas de café, además de dos pedazos de torta y un sándwich. Sentándose dijo lo siguiente:

—Ya sabemos que tu café ideal es con limón, ahora te digo que el de mi preferencia es con leche. Más leche que café —contó Adén mientras hacía una mueca y susurrándole en la cara, muy cerca, continuó diciendo—. Porque sabes que no me gusta el café.

—¡Ah! Te traje torta y pan porque no sé qué querías. Tú no me das más pistas —confesó Adén volviéndose al espaldar de su silla.

—¡Oye! Yo te invité, yo debía pagar —confiesa Theo

—Descuida. De hecho hice que anotaran en un cuaderno para que pagaras tú, porque obvio que vas a pagar—se echó a reír y entre carcajadas deja claro que es broma.

Tras lanzar el chiste que sólo causó gracia en él, Adén continua diciendo:

—No debes pagar nada, con tu presencia me basta.

No obstante, Theo permanecía tan callado como pensativo. De momento agarraba las bromas de su acompañante y las refutaba de la nada, pero parecía no estar en aquel sitio. Su cuerpo yacía sobre la silla de aluminio, aunque sus pensamientos estaban en una invariable lucha para no perderse de sí.

Así se fue consumiendo el café, entre risas migajas de pan y de pastel.

Existía poca conversa, si bien había espacios blancos en cuanto a la ausencia del habla, existía un contacto visual arraigado. Risas, gestos y señas.

Transcurrió casi media hora desde que había llegado Adén, ninguno se atrevía a profundizar la conversación. Tanto los pensamientos del uno como del otro eran —¿Será qué dije algo mal? —¿Qué estará pensando?.

Sin embargo, nadie se atrevía a manifestar sus reflexiones.

Fue ahí, en ese lapso de ansiedad, cuando llega Marianna hasta su mesa.

Una joven curvilínea acomodándose el delantal negro, al mismo tiempo que acomodaba su enorme cabellera castaña con puntas onduladas haciéndose una cola de caballo, sorprendida exclamó:

—Adén ¿Qué haces aquí? Si tú no tienes turno hoy —dijo extrañada Marianna.

—Vine a desayunar, amor—respondió Adén mirando fijamente los ojos verdes de su inquietante amiga.

—Sí, ya veo. En muy buena compañía ¿No?...

—Sí, Marianna él es Theo; Theo ella es Marianna.

—De hecho ya nos conocemos —dijo Theo un poco apenado.

—Así mismo es —confiesa Marianna.

La muchacha seguía parada entre los dos jóvenes, la mirada de sospecha no la podía ocultar, menos cuando despedía de sus ojos un intenso recelo como si un águila estuviera cazando su presa. Por lo que, apoyó sus codos sobre la mesa mientras esperaba “una explicación” de su mejor amigo con su intensa vista puesta en el chico del pantalón rasgado.

Al ver que nadie decía nada, Marianna tomó la taza de café que estaba cerca de Adén, la llevó hasta sus labios y bebió un sorbo.

—Está muy rico tu café con leche, amigo.

—Gracias, amiga—respondió Adén moviendo la cabeza a un lado en señal de que debía irse.

—Bueno, ya que nadie quiere compartir conmigo lo que está pasando yo me voy—repuso dramática Marianna—. Chao.

Cuando ya se vio que la muchacha se alejaba del local Theo retomó la conversación y con asombro e ingenuidad preguntó:

—¿No tenías que venir al centro comercial y aceptaste venir a desayunar? Me acabas de dejar anonadado.

—No te emociones, café agrío—dijo Adén.

—Sabes que pasa… —contó Theo.

—Lo que pasa es que me atraes de una manera que no sé describir, pero existe. Había pasado mucho tiempo desde que tenía algún tipo “de cita” —hace la señal de las comillas con los dedos—. Al llegar estaba muy nervioso porque no entendía mucho la situación. Esto, lo que ha dicho tu amiga me ha dado muchas respuestas y quiero saber más.

Adén miraba como Theo intentaba traquear sus dedos mientras relataba todo aquello.

—Hay cosas a las que no les tengo respuesta, pero no me gusta “no saber” —prosiguió Theo—. Y la verdad me gustaría estar al corriente más a detalle que te gusta, cómo estás y cómo eres, aparte de que te gusta el café con mucha leche.

—Hay muchas cosas por saber de mí—reflexionó Adén.

—Bueno, eso quiero saber.

—Primero debes tener mi número—cantó Adén en tono burlón.

Theo sacó su smartphone del bolsillo de su pantalón, lo desbloqueó deslizando sus dedos y se lo pasó resbalándolo por la mesa. Adén anotó su número con mucha paciencia, con el brillo en los ojos que tenía cuando llegó.

Acto seguido, pasó el celular de la misma manera en la que lo recibió.

La pantalla del aparato móvil brillaba, por lo tanto Theo se dio cuenta de la hora, observando que tenía casi una hora y media de retraso a su trabajo.

—Me tengo que ir —informó Theo—. Es demasiado tarde.

—Te acompaño—dijo Adén al mismo tiempo que se paraba de la silla—. ¿Te ayudo con el bolso?

Theo ríe con aquella preposición. La inconsciencia de Adén no lo había hecho entender que su propuesta era extraña para su acompañante.

Hacían su caminar cada vez más lento a medida que se iban acercando hasta la oficina en donde estaba la empresa en la que laboraba Theo. Su conversación se volvió espesa, pues intentaban alargar cada vez más el tiempo para estar juntos. Lo que no fue posible porque las obligaciones de la vida adulta, que estaban descubriendo, les llamaban.

—Tengo que entrar —reprocha Theo.

Los dos se miraron fijamente por casi treinta segundos estando parados en la fachada de la empresa. Adén hace un gesto tonto con la mano, la mueve como cuando alguien no se quiere despedir, pero lo hace de una forma infantil. Por su parte, Theo también se veía un poco congelado, aunque sonreía ante aquella situación que no sabía cómo llevar.

—¿Será que lo beso? —pensó agitado Theo—. ¿No me vas a dar un abrazo de despedida? —soltó sin más aunque su pensamiento era otro.

—Claro—dijo Adén quien se volvía hacía el cuerpo esquelético de su casi enamorado compañero; rodeó sus manos sobre la espalda de él, sintió el olor que expedía el cuello transportándolo a otro universo. Contempló además el olor natural del mismo sin opacar el perfume de aquel muchacho.

Por otra parte, Theo sintió la fornida espalda de su acompañante que no tenía colonia encima, sino más bien un olor natural que le producía paz. La situación parecía sacada de una película, porque aunque sucedió por unos segundos para ellos ese lapso fue eterno, maravilloso, aunque fugaz.

Tras recibir aquella muestra de cariño, ambos se despidieron, Theo entró a su trabajo mientras Adén caminaba hacia la salida del centro comercial.

—Debí besarlo—pensó Adén.

La lucha de Theo era otra, ya que Cipriano estaba sentado en su cubículo sobre su silla espiando su computadora de mesa.

—Buenas—dijo en tono oscuro el jefe de redacción.

—Buenas tardes, Theo —. ¿Qué te pasó? —continuó Cipriano.

—Estaba en una reunión.

—Necesito que me pases los últimos proyectos.

—Se lo pudiste pedir a Rossy, ella también los maneja.

—No recordaba eso —dijo Cipriano levantándose de la silla para caminar hasta el escritorio de su otra empleada con la información.

Tras despedir a su afanoso director, minutos más tarde llega Anastasia hasta la mesa de su gran amigo.

—CUENTAMELO TODO —dijo entusiasmada.

—Creo que lo eché a perder, amigue.

—¡¿QUÉ?! ¿POR QUÉ? —chilló Anastasia.

La silla de Theo rodó hasta ponerse al frente de su amiga para relatarle lo acontecido. En su mente, había una escena distinta a todo la situación y fue aquello lo que contó a su compañera. Ella trató de alentar a su amigo apaciguando la situación melancólica del caballero abarrotado.

El teléfono celular de Theo vibró desde adentro del bolsillo del pantalón, era un mensaje de Adén.

«—Ya que no te tomaste la molestia de escribirme, pues lo hago yo.

—Me gustaría volver a repetir lo de hoy.

—Posdata: Me costó poco conseguir tu número, pero una amiga de una amiga (hablo de Marianna) me lo consiguió. XOXO»

Anastasia al ver aquellos mensajes instantáneos, confundida le pregunta: —¿Me perdí de algo? ¿Me contaste la historia real?

—Eh… ya va —respondió Theo.

—Por lo visto le agradas. No te hagas más películas.

—Yo pensé que quería que lo besara, pero no lo besé. Sentí que la embarré porque además casi no hablé.

—Bueno, ahí ya tienes tu respuesta —puntualizó Anastasia.

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