CAPÍTULO V

I

—¿Cuál fue el pecado de la rubia Fernández? —preguntó Diana, sentada en la orilla de la cama.

—Ninguno —respondió él, ajustandose la corbata frente al espejo—. La mujer era tan buena como una paloma blanca.

—¿Entonces? —insistió ella.

—¿Entonces qué? —contestó él.

—¿Por qué la dejaste de amar?

—Yo no la dejé de amar —dijo tajante—. El amor no se acaba, Diana. Simplemente no la amé.

—¿Y por qué mierda te casaste con ella? —preguntó, ofendida.

—Porque me equivoqué —respondió él, con cierto cinismo—. Creí que quería por esposa a una mujer de sue&nt

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