Una trampa o el destino (3era. Parte)
En la noche del mismo día
New York
Kelly
Creo que, en el fondo, todos tenemos un poquito de imbéciles. Algunos lo camuflan mejor, claro, con títulos, con trajes caros o con discursos de superación personal, pero ahí están… igual de vulnerables, igual de estúpidos. Porque por más que el instinto nos grite que estamos frente a un desastre inminente, ¿qué hacemos? Le abrimos la puerta. Lo invitamos a pasar. Le ofrecemos café.
Sí, nos creemos indestructibles. Valientes. Invencibles. Y ahí empieza la maldita fantasía: que podemos controlar todo, que no nos van a romper, que esta vez será distinto. Que esta vez sabremos parar a tiempo. Spoiler: nunca lo hacemos.
¿Y sabes qué es lo peor? Que vemos la amenaza. La olemos. Tiene nombre, cara, historial clínico y antecedentes, pero aun así… le damos espacio. Le damos el poder de hacernos mierda. Por orgullo, probablemente. Por esa necesidad patética de demostrar que nada nos doblega. Que podemos con todo. Hasta con el enemigo en persona plantado