Un juego peligroso (4ta. Parte)
El mismo día
New York
Matthew
Negociar es un arte que requiere de estrategia, tiempo y ver más allá de tus narices, pero todo da un giro drástico cuando debes hacerlo con una mujer. No hay experiencia que te sirva, ni señales que te indiquen lo que cruza por su cabeza, porque puedes ganarte un par de insultos, bofetadas hasta besos, pero depende de lo que ellas quieran de ti. Ahí, aunque lo dudes, ya estás a su deriva, el juego cambió a su favor, entonces esperas lo peor, te retiras tragándote el mal sabor de la derrota o tal vez sucede el milagro y consigues lo que buscas. El caso es que con las mujeres no hay manuales, reglas, patrones, nada para saber cómo actuarán.
Y lo peor de todo es que no importa cuántos idiomas hables, cuántos contratos hayas cerrado o cuántos tableros hayas dominado. Con ellas el ajedrez se juega sin fichas. Una sonrisa puede ser una trampa. Una lágrima, un anzuelo. Una caricia, una sentencia.
En mi caso, Kelly era un bello enigma. Peligrosa, astuta, irónica