Matrimonio por apariencias (1era. Parte)
Unas horas antes de la boda
New York
Kelly
“Amante”. Qué palabra tan malentendida por las almas sensibles y los tontos románticos. Ser amante es como tener el mejor asiento en un espectáculo privado: disfrutas del show, aplaudes cuando quieres y te vas cuando se termina. Nada de backstage, nada de guiones emocionales. Sólo placer. Solo presencia física. Cero compromisos. Y eso es lo que lo hace tan delicioso.
Porque en el momento en que mezclas cariño con sexo, se pudre la magia. Aparecen las preguntas incómodas, las expectativas absurdas, y —peor aún— los reclamos.
Jamás permitas que un hombre confunda el rol. Ni que se atreva a poner sobre la mesa palabras como "nosotros" o "futuro". Eso es un veneno. Empieza con una mirada tierna después del sexo y termina con él queriendo presentarte a su madre. Asco.
Por eso las reglas son claras: nada de mensajes a medianoche, nada de “te extraño”, nada de planear fines de semana. Y por supuesto nada de sentimientos. Recuerda que los sentimiento