Planes en marcha (4ta. Parte)
Unos días después
Washington
Ralph
Hillary Sanders era, sin duda, mi mejor opción para arrastrar a los Parker a la ruina. Culpar al idiota de Alan del accidente que mató a su esposo no solo la liberaba de sospechas, también le permitía conservar su estatus sin mancharse las manos. Lo que sabía de ella eran rumores —ambición desmedida, frialdad estratégica— pero necesitaba comprobarlo en carne propia. Ver si podía contar con su complicidad o, al menos, con una reacción útil a mi provocación.
Me bastó con observar su gesto para saber que iba por buen camino. No dijo una sola palabra de inmediato, solo me evaluó con una mirada helada y experta, la misma que imagino usan las viudas millonarias cuando eligen su próximo abogado o amante. Sin embargo, sin perder la compostura, alzó la mano con elegancia e indicó la silla frente a ella.
—Senador Darcy… —dijo con ese tono sofisticado que oculta el veneno tras el cristal—. Supongo que me tocará escucharlo. Si dejó su despacho en el Capitolio pa