—¿Quién era? — le pregunté.
La irritación brilló en sus ojos.
—No tengo ni idea—. Recogió sus pantalones cortos y una camisa. —Ponte algo de ropa. Creo que tengo una pista de quiénes son estos intrusos.
¡¿Intrusos?!
—Rápido, muñeca. No quiero que otros te vean desnuda. — me obligó y prácticamente me lanzó mi vestido rojo. Y más rápido que un rayo, ya me lo había puesto.
Silvestre se adelantó y yo le seguí detrás mientras averiguamos quiénes son. Levanté lentamente los pies y me asomé a la puerta.
Del helicóptero salieron dos hombres muy guapos. Uno de ellos tenía el pelo castaño, llevaba gafas de sol negras, un traje negro de diseño y zapatos de cuero negros. El otro tenía el pelo negro, también llevaba un traje más claro que el otro y zapatos de cuero azul oscuro. En realidad, era más corpulento que el primero.
—¿Qué haces aquí? — Silvestre soltó, en tono disgustado.
El de pelo negro gimió.
—Te dije que no estaría contento.
El de pelo castaño se burló.
—Y una mierda me importa. Sólo