MI PADRE SIGUE DÉBIL

—Buenos días—. La sonrisa en su cara no se puede medir. —Todavía es temprano, deberías haber dormido más.

Yo estaba transfiriendo el panqueque en el plato mientras luchaba contra el impulso de sonreír a cambio. Las mariposas en mi estómago se están volviendo locas y sólo quiero chillar. Realmente extrañaba momentos como este más que nada. —Hora del desayuno. Todavía tienes fiebre así que hoy no vayas a trabajar.

Luis sonríe y se sienta en el taburete. —Sí, señora—. Juguetonamente pone acento del oeste e incluso agacha la cabeza. —Te agradezco que me cuidaras anoche, Talia. No sabía que aún te importara tanto.

Puse los ojos en blanco y allí me sonrojé. —Sólo lo hago porque me siento culpable. Sólo te estoy devolviendo el favor cuando me trajiste a casa y te pusiste enferma por mi culpa. No te lo tomes en serio.

—Qué vergüenza. Siempre me tomo todo en serio cuando se trata de ti—. Me guiñó un ojo y se levantó del taburete para acercarse a mí. —Me sorprende que hayas conseguido algo con
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