Francine se quedó paralizada un segundo al ver aquel rostro del pasado, pero toda la rabia acumulada de los últimos minutos encontró un nuevo blanco.
— ¡Quítame las manos de encima, peste! — gritó, empujándolo con ambas manos. — ¡Desgraciado! ¡Infeliz! ¿Cómo tienes la cara dura de aparecer aquí?
— Francine… — dio un paso, como si le divirtiera la reacción de ella. — No pensé que me recibirías con tanta nostalgia.
— ¡Yo te dije que desaparecieras de mi vida! ¡DESAPARECER! — Ella le apuntaba el dedo en el pecho, la voz subiendo con cada palabra, descontrolada. — ¿Y ahora apareces como una plaga?
— Ah, Francine… — él rió, esa risa burlona que ella conocía muy bien. — Yo sé que no puedes vivir sin mí. Aunque debo admitir… — sus ojos recorrieron la fachada de la mansión detrás de ella — … te está yendo bien, ¿eh? Si vives aquí, subiste de nivel.
— ¡No te debo explicaciones de mi vida! — retrucó ella con firmeza, ya bufando.
En un movimiento rápido, él agarró su rostro con fuerza, los dedos