Debo admitir que su cara desfigurada por mis palabras me causó gracia pero también debo admitir que ese beso fue magnífico y que deseaba repetirlo y era una mierda que no se pudiese.
—No lo acepto.
—No es mi problema —lo encaro—, llevame a la residencia por favor.
Su tez es tan blanca que es sencillo darse cuenta lo molesto que está eso y que ha arrancado como si fuese el mismísimo Toretto en Rápidos y furiosos, por mi salud mental decido ignorarlo en todo el camino, lo bueno es que recibo una llamada que me hace sentir paz y tranquilidad al instante sin embargo, no es