Al otro día muy temprano, el sonido de un motor lujoso rompió la tranquilidad del Rancho Blackwell. Tony, que estaba en el establo alimentando a los caballos, se asomó para ver un flamante Porsche plateado levantando una nube de polvo en el camino de entrada.
— Vaya, vaya —murmuró para sí mismo— parece que el circo llegó al pueblo, y yo sin mis palomitas.
El auto se detuvo frente a la casa principal, y Tony observó con una mezcla de curiosidad y recelo cómo dos figuras emergían del vehículo.
Un hombre alto y rubio, vestido con un traje que probablemente costaba más que todo el ganado del rancho, y una mujer pelirroja con un vestido que parecía más apropiado para una pasarela que para una visita al campo.
Tony se acercó, limpiándose las manos en los jeans.
— Buenos días, forasteros, ¿Se perdieron de camino a la convención de modelos de Nueva York?
El hombre lo miró con desdén.
— Tú debes ser el... vaquero atrevido, ¿Dónde está Marjorie?
Tony sintió que su sangre comenzaba a hervir, pe