Maia Torres, una tímida mujer de veintiocho años, sin experiencia laboral, tuvo la mala suerte de conseguir su primer trabajo en las vísperas de año nuevo. Sus responsabilidades eran simples: debía repartir café y bebidas alcoholicas, comida y cobrarles a los clientes del bar, todo bastante simple, hasta que un atractivo y misterioso hombre se ofreció a multiplicar el sueldo del mes solo si lo acompañaba a su casa a pasar el año nuevo. Cansada de tantas ordenes de su jefe, quien la trataba como si fuera su perrito faldero, decidió aceptar la propuesta del desconocido sin imaginarse que tenía que actuar como su futura esposa frente a su familia. Se suponía que ella debía actuar solo por unas horas, pero la situación se salió de control y terminó siendo una farsa cada vez más grande a la que ya no podría controlar, ¿pero cuánto tiempo duraría esa mentira? ¿Cuánto tiempo ella debería seguirle el juego? ¿Y qué pasaría si esa farsa se convirtiera en algo real? El desconocido le debía un favor, y cansada de tantas mentiras y seguir fingiendo, ahora sería él quien debería seguir sus ordenes.
Leer másNo sé qué estoy haciendo con mi vida.
Estudié para ser licenciada en letras y ahora, después de seis meses de recibirme, me doy cuenta de que un título no vale ni sirve para nada. No conseguí trabajo de lo que amo, y mi primer empleo es pasarme el año nuevo atendiendo borrachos y ver felices a las parejas. Me maté estudiando, para terminar así.
Suspiro mientras subo el cuello de mi abrigo y me abro paso entre la multitud que se encuentra congregada en las calles. A pesar del frío, la gente está haciendo compras de última hora, también hay niños haciendo bailes para invocar a la nieve y, claro, no pueden faltar los grupos de villancicos, aunque están cantando hace días.
Esto es demasiado para mí, es el primer año nuevo que voy a pasar sola, mi madre falleció después de haberme visto recibirme y era lo único que tenía. Me aclaro la garganta mientras contengo mis lágrimas y entro al bar en el cual tengo que comenzar a trabajar en media hora.
—¡Ahí estás! —exclama el hombre que considero como mi nuevo jefe, un señor de mediana edad con aspecto demacrado—. ¡Te estaba esperando hace rato!
—Esta es la hora que usted me dijo que viniera, señor —replico con voz temblorosa.
—¡Silencio! Póngase a trabajar ya que tenemos mucho movimiento —me interrumpe antes de volver a la cocina azotando la puerta.
Miro a mi alrededor con las cejas arqueadas, apenas hay dos hombres durmiendo sobre las mesas, y los demás empleados están sentados mirando sus celulares con expresión aburrida.
Suspiro y voy a colocarme el delantal de trabajo, luego me acerco a mis compañeros para intentar presentarme. Se ven bastante jóvenes, ninguno debe pasar de los veintiún años.
—Hola, chicos, me llamo Maia —digo esbozando una pequeña sonrisa. Ambos me miran y hacen un asentimiento con la cabeza.
—Hola, Maia, bienvenida a la tortura —contesta uno de ellos—. Yo me llamo Leonel y él es…
—Max —lo interrumpe a quien señala—. Suerte en tu primer día, la vas a necesitar.
Eso no me ayuda para nada, por el contrario, me empieza a dar miedo de lo que puede llegar a pasar y me hacen preguntarme porqué odian tanto este trabajo.
A medida que pasa el tiempo, me respondo a esa pregunta. Es horrible, la mayor parte del día hay que limpiar vómitos, no dan propina, te tratan como una esclava y el jefe es un tipo asqueroso al que solo le importa el dinero.
La noche comienza a caer, y con ello, se va llenando de gente para festejar el año nuevo. El trabajo se incrementa al doble, y los pocos empleados que somos no damos más abasto, y todo por unos pocos dólares.
Resoplo mientras me dirijo a una mesa, pero en el camino alguien me agarra del brazo y me hace saltar del susto.
—Perdón, no quería asustarte —murmura un hombre muy apuesto, de aproximadamente treinta y dos años.
Alto, esbelto, de tez blanca y unos ojos tan azules que pareciera que estoy mirando al cielo. Trago saliva y trato de volver a la tierra, lo miro de arriba abajo y hago una mueca, está tan impecable que no creo que pertenezca a este sitio.
—No hay problema, tengo que seguir trabajando —replico acomodando mi delantal y dándole la espalda.
—¿Cuánto te pagan? —inquiere, volviendo a captar mi atención.
—Poco, pero al menos me sirve para comer —contesto con voz apagada.
—Te ofrezco lo que te pagarían en un mes multiplicado por diez —manifiesta.
Suelto una carcajada y continúo con mi camino. Este hombre está loco.
—¿Ah, sí? —cuestiono con sarcasmo—. ¿Y qué tengo que hacer?
—Fingir ser mi prometida —expresa con firmeza, algo que me hace detenerme de golpe y él, que va detrás de mí, choca contra mi cuerpo—. Escúchame, no te conozco, ni tú a mí, pero eres la única opción que tengo. Eres bonita, se nota que eres trabajadora y yo estoy desesperado. Necesito una mujer para esta noche, y no estoy pidiendo sexo. Solo necesito que finjas que eres mi prometida por un par de horas. ¿Cuánto ganarías al mes en este trabajo?
No respondo, sigo atendiendo mesas mientras él me sigue por todos lados, algo que me hace poner bastante nerviosa, sobre todo porque mi jefe me está mirando a través del mostrador.
—Por favor, déjame sola, vas a hacer que me echen del único trabajo que tengo —le pido en voz baja.
—¡Maia, trabaja! —exclama el señor que me observa desde lejos.
—¿En serio, Maia? —pregunta el desconocido arqueando una ceja—. ¿Vas a permitir que ese tipo te trate así, como una esclava, cuando en una noche podrías ganar diez mil dólares sin hacer nada?
—¿Qué quieres que haga? ¡Ni siquiera te conozco! —mascullo.
—De este lugar a mi casa hay diez minutos. En esos diez minutos, te aseguro que te cuento mi vida entera, ¡pero debes irte conmigo ya! Se me agota el tiempo.
Bufo. No puedo creer que esté pensando en hacerle caso a este tipo, puede ser un criminal… ¿Pero diez mil dólares en una noche? Es más de lo que podría ganar en un año.
—Por cierto, me llamo Alexander Byrton —agrega el ojiazul extendiendo su mano.
—¡Maia, trabaja o no te pagaré un centavo! —repite mi jefe, dejándome en ridículo frente a todos.
—A la m****a —suelto, quitándome el delantal y tirándolo al piso—. Vámonos, Alexander Byrton.
Estoy segura de que me voy a arrepentir más tarde, pero ahora solo quiero escapar de este lugar y este desconocido, por ahora, parece ser mi salvador.
Aunque algo me dice que será mi perdición…
Las semanas pasaron sin noticias de Alex. Cada día que miraba mi teléfono, la esperanza se desvanecía un poco más. No sabía si estaba herido, enojado o simplemente había decidido a seguir adelante sin mí. La incertidumbre me carcomía, y mi vida se sentía como un constante estado de espera.En mi trabajo en la editorial, encontré cierto refugio en la rutina diaria. Sumergirme en la edición de manuscritos me permitía temporalmente escapar de la tormenta emocional que me envolvía. Sin embargo, las noches eran difíciles. Las horas solitarias me recordaban la falta de su presencia, y a menudo me encontraba repasando mentalmente nuestras conversaciones, tratando de entender qué había salido mal.Fue durante una de esas noches de insomnio cuando Henry, uno de mis colegas cercanos en la editorial, apareció en mi vida de una manera inesperada. Henry era un hombre tranquilo, con una pasión compartida por las palabras y la narrativa. A menudo, compartíamos nuestras ideas sobre proyectos y discut
Mis manos temblaban mientras doblaba una camiseta, incapaz de contener las lágrimas que empañaban mis ojos. Recordé los momentos felices que había compartido con Alex, las risas, los viajes juntos, las noches de complicidad. Había sido el amor de mi vida, y ahora estábamos al borde del abismo.La distancia emocional entre nosotros se había vuelto abismal desde que compartí la noticia de mi embarazo. Alex, el hombre al que había amado con todo mi corazón, no estaba preparado para ser padre. Su reacción había sido un muro frío que se alzaba entre nosotros, y nuestras conversaciones se habían vuelto tensas y llenas de silencios incómodos.Sabía que tenía que tomar una decisión, y tenía que ser rápida. No podía quedarme en Australia, en esta tierra que había sido testigo de mi felicidad y mi dolor. No podía quedarme con un hombre que no quería ser parte de la vida de nuestro hijo.Mientras colocaba una foto de nosotros dos en la maleta, me pregunté si alguna vez volvería a ver a Alex. Si
El anuncio de mi embarazo dejó un eco incómodo en la habitación, un silencio denso que parecía atrapar el tiempo en suspenso. Las palabras habían salido de mi boca con una mezcla de ansiedad y emoción, pero ahora enfrentábamos las consecuencias de una revelación que cambiaría nuestras vidas de maneras inimaginables.La expresión en el rostro de Alex era una mezcla de sorpresa, confusión y preocupación. Se quedó mirándome fijamente, como si tratara de asimilar la noticia.—Maia... —murmuró finalmente, su voz temblando ligeramente—. ¿Estás segura? ¿Hiciste un test de embarazo?Asentí con lentitud, sintiendo una oleada de inseguridad recorriéndome. Había compartido la noticia antes de tener resultados concretos, y ahora lamentaba la precipitación.—Hice un test de embarazo en el centro de salud esta mañana, y dio positivo. Pero para estar segura, programé un análisis de sangre para confirmar.Alex retrocedió un paso, como si mis palabras lo hubieran golpeado físicamente. Sus ojos se posa
Esa noche, después de haber enfrentado la verdad sobre los resultados del ADN, Alex y yo nos retiramos a nuestra habitación. A pesar de que una sensación de alivio flotaba en el aire, yo seguía lidiando con una tormenta emocional interna. La confusión y la traición que Amelia habían sembrado en nuestras vidas habían dejado cicatrices profundas.Alex me miró con preocupación mientras me sentaba al borde de la cama, sumida en mis pensamientos.—Maia, ¿estás bien? —preguntó con ternura, acercándose a mí.Asentí, pero sabía que no podía ocultar mis sentimientos por mucho más tiempo. Me volví hacia él y suspiré.—Alex, esta situación con Amelia, la manipulación y las mentiras... Me ha hecho dudar de muchas cosas. No sé si puedo seguir adelante con nuestra relación después de todo esto.Vi la sorpresa en su rostro mientras asimilaba mis palabras. No era mi intención herirlo, pero tenía que ser honesta con mis sentimientos.—Maia, entiendo que esto ha sido increíblemente difícil para ti, par
Era una mañana soleada cuando sonó el teléfono en nuestro apartamento. Alex y yo estábamos sentados en la sala de estar, desayunando, todavía lidiando con las secuelas de la revelación de Amelia. El ambiente estaba tenso y cargado de incertidumbre. Cada llamada telefónica o mensaje de texto nos llenaba de ansiedad, sin saber si sería otra táctica retorcida de Amelia. Alex y yo habíamos decidido enfrentar juntos la situación, sin importar cuán dolorosa y complicada se volviera. Nuestra relación había sido puesta a prueba de maneras que jamás habríamos imaginado, y ahora, con la noticia de que él podría ser el padre del bebé de Amelia, las tensiones se encontraban en su punto más álgido.Alex se levantó y miró el identificador de llamadas antes de contestar. Su expresión se tornó sombría mientras escuchaba al interlocutor en el otro extremo de la línea y me miró de reojo. Yo lo observaba con preocupación, preguntándome quién podría estar llamando en un momento tan delicado.Finalmente,
Las palabras de Alex me golpean como una descarga eléctrica. Los resultados del ADN son un tema delicado y una pieza crucial en el rompecabezas de mi vida que he estado tratando de resolver durante años. Trago saliva nerviosamente antes de responder.—¿Los resultados del ADN? —pregunto, sintiendo que mi corazón late con fuerza en mi pecho—. ¿Estás seguro de eso?Alex asiente solemnemente y toma mi mano, conduciéndome hacia el sofá para que podamos sentarnos juntos. La preocupación se refleja en sus ojos, y puedo ver que se preocupa profundamente por mi reacción ante esta noticia.—Sí, Maia. Esta mañana recibí una llamada del laboratorio. Los resultados del análisis de ADN que ordenamos finalmente están listos. El sobre se encontraba sobre la mesa de la cocina, esperando a revelar el resultado que habíamos estado esperando con ansias. Después de abrirlo juntos, Alex y yo desplegamos cuidadosamente el informe de la prueba de ADN. Mis ojos recorrieron las palabras impresas, y mi corazón
Último capítulo