La camarera, que nunca había visto algo así, no sabía a quién atender.
Lorena, atrás de ellos, sintió un dolor de cabeza y no pudo evitar llevarse la mano a la frente. ¿Qué estaba haciendo Adrián?
¿Por qué tenía que insistir en pagar si no tenía nada que ver con él?
Lorena sacó su celular, se interpuso entre los dos hombres y extendió la pantalla hacia la camarera, diciendo en un tono firme:
—Yo pagaré.
Sonrió levemente hacia ambos.
—Dije que yo invito.
Recibió las bolsas con los dulces ya empacados y salió de la pastelería.
En la acera:
—Acabo de traer un auto nuevo, señorita Lorena. Déjeme llevarla a casa —dijo William, señalando un auto estacionado cerca mientras su asistente abría la puerta trasera.
—Yo llevo a doña Lore —interrumpió Adrián, poniéndose frente al auto de William y abriendo la puerta del copiloto de su auto.
Ambos se miraron fijamente, sin ceder terreno.
—Señorita Lorena, ¿en cuál coche quiere ir?
—¡Lore, súbete! Yo te llevo.
Ambos voltearon a ver a Lorena, quien, si