Miro por la ventana a los invitados que llegan, sintiéndome muy nerviosa a pesar de la confianza que me inspira mi atuendo. No importa lo que lleve puesto, sigo siendo una extraña y se me juzgará en consecuencia. Al menos Carl se alegrará de que esté allí.
«Pero sólo porque él también puede estar allí, con su manada», dice esa voz de autodesprecio dentro de mí. Me deshago de mi inseguridad, pongo mi mejor cara y abro la puerta. Carl abre los ojos y empieza a tartamudear.
—Señorita Raven... está usted... muy guapa... el Alfa estará contento... muy contento —comenta y le regalo una sonrisa.
—Gracias, Carl. ¿Vamos? —pregunto y él levanta el brazo de forma caballerosa. Lo agarro y me lleva escaleras abajo.
Respiro profundamente antes de que abra las puertas. Cuando salgo, siento que todo el mundo me mira. Oigo jadeos y murmullos y me preparo mentalmente para los murmullos sobre lo mucho que no pertenezco a este lugar. Por suerte, una banda está tocando un jazz alegre y con clase,