El sol de la mañana iluminaba las amplias oficinas de la Constructora Moretti-Rossi. Isabella, vestida con un elegante traje de falda negro y una blusa color marfil, caminaba con paso firme por el pasillo principal. Su presencia, imponente y segura, irradiaba autoridad. Los empleados se detenían por un segundo cuando pasaba, no por miedo, sino por respeto. Todos sabían que la dueña de la empresa no era solo una mujer de negocios; era una estratega con la mente afilada como una navaja.
Esa mañana, la sala de conferencias estaba repleta de ingenieros, arquitectos y ejecutivos. Isabella se colocó en la cabecera de la mesa, cruzando las piernas con elegancia mientras dejaba su tablet sobre la mesa.
—Muy bien, señores, vamos directo al grano. —Su tono era firme—. Quiero actualizaciones sobre cada uno de nuestros proyectos en curso. No quiero excusas, quiero resultados.
Uno de los jefes de obra, Ennio Giardano, un hombre mayor con años de experiencia, carraspeó antes de hablar.
—El proyecto